Trance y personas poseídas por animales durante ritual ancestral en Tailandia

NAKHON PATHOM. Tras permanecer unos minutos sumido en un profundo trance, Tung se lanza a la carrera poseído por el espíritu de un tigre en un intento por alcanzar la base de un templo situado al oeste de Bangkok durante un ritual ancestral.

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“No recuerdo nada. Estaba sentado y de repente estoy aquí”, comenta a Efe el tailandés, de 30 años, con el rostro sudoroso al resistir durante horas el tórrido sol que azota el lugar.

Desde bien temprano, miles de devotos se concentran el sábado en la explanada del recinto religioso Bang Phra, en la provincia de Nakhon Pathom y a unos 50 kilómetros al noroeste de la capital, en una ceremonia en la que los asistentes buscan recargar de magia la tinta de los tatuajes sagrados que lucen en su piel.

Sentados sobre el suelo y de cara a la escultura de bronce del difunto abad Luang Phor Pern, los fieles guardan meditación. Sin previo aviso, un grito gutural rompe el silencio. A toda velocidad y haciendo grandes aspavientos con sus brazos, el fiel se lanza a la carrera, arramplando con todo aquel que se interpone en su camino, hacia la escultura del abad, protegida por decenas de voluntarios y trabajadores del templo.

Antes de alcanzar su objetivo, el cordón de seguridad retiene al creyente, le propina un masaje en la cabeza y, tras un par de tirones de orejas, el feligrés recobra la normalidad.

“Noto como algo comienza a sucederme y me doy cuenta de que no puedo controlar mi cuerpo. Los músculos se contraen y me quedo dormido. No me puedo resistir, y al final la energía que fluye me somete hasta controlar mi voluntad”, relata sobre la experiencia Tae, que tiene el cuerpo grabado en tinta por varios dibujos.

Las tatuajes emulan los adornos que portaban en la piel los guerreros tailandeses que hace siglos se grababan águilas, elefantes, monos o tigres para ser invencibles cuando luchasen contra las tropas de los vecinos reinos de Birmania y Camboya.

“Cuando empezó la ceremonia y los monjes rezaron, mi cuerpo tembló de manera incontrolada. Sentí mucho calor justo donde llevo un tatuaje del tigre sagrado y ya no recuerdo nada más”, responde Wara, quien tuvo que ser sujetado, no sin dificultades, por cuatro personas.

En ocasiones, son decenas de personas las que entran en trance a la vez y se lanzan con fiereza contra el muro de tailandeses que preserva la estatua del antiguo abad. Una vez repuestos, éstos hacen una sencilla reverencia delante de la estatua y regresan a su sitio entre la multitud, donde intentarán concentrarse de nuevo para que el espíritu del animal penetre en el alma del fiel.

La ceremonia, conocida como “wai khru” (respeto al maestro), gana este año en intensidad, con gritos desgarradores y múltiples fieles poseídos al galope, a medida que se acercan las 9.39 hora local. Entonces, los mojes sacan varas de bambú y riegan las cabezas de los creyentes para completar el rito hasta el año que viene.

Al “wai khru” acuden policías y soldados, pero también rufianes y canallas, ante la creencia de que los tatuajes les protegerán en su trabajo. No obstante, los monjes insisten en que la magia de los símbolos sólo tiene efecto si la persona que los tiene lleva una vida virtuosa.

El abad Luang Phor Pern se hizo famoso en los años 70 por sus detallados grabados de monstruos, símbolos y letras del alfabeto tailandés y, antes de fallecer, transmitió su sabiduría a otros bonzos de Bang Phra. Los discípulos siguen la tradición recibida y utilizan largas y finas agujas para inyectar la tinta negra con lentitud y delicadeza en la piel de la persona a la que los grabados les conferirá protección.

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