Tras llegar la noche del martes a El Salvador desde Islas Marshall, donde fue rescatado el 30 de enero, Alvarenga, de 37 años, es atendido en el hospital público San Rafael, en Santa Tecla, 12 km al oeste de San Salvador, donde es acompañado por sus padres y su hija de 14 años.
Desde su cama y en bata celeste, Alvarenga aseguró que se encuentra “bien”, pero pidió a la prensa que lo deje “tranquilo”, en un video difundido por el ministerio de Salud. “No más preguntas ni más fotos”, subrayó.
“No quiero presión de los medios, no quiero hablar con ellos, quiero estar tranquilo, que mi familia esté tranquila”, dijo al pedir tiempo para recuperarse y poder hablar. “Ahorita no estoy para estar dando explicaciones”, expresó.
Pero más temprano habló con la ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, y autoridades médicas, a quienes les contó que mientras estaba en el océano “no encontró quiénes lo auxiliaran en barcos que pasaron”, según la funcionaria.
“Nos contó cómo pasaron varios barcos, incluso cerca de él, pido auxilio y no se lo quisieron conceder”, afirmó Rodríguez, quien agregó que según Alvarenga hubo incluso un barco que “casi destruye el botecito porque le pasaron al lado”.
“Nos dice que había perdido prácticamente la esperanza de volver al mundo porque incluso no tuvo solidaridad. Él pedía auxilio y llamaba, pero nadie lo auxilió”, a pesar de que incluso “lo saludaron”, lamentó Rodríguez.
En conferencia con el director del hospital, Yerles Ramírez, y el jefe del equipo médico que lo atiende, Manuel Bello, la ministra señaló que los exámenes indican que la condición física del náufrago “está prácticamente todo en normalidad”.
Pero “se cansa inmediatamente, pierde un poquito el control, no está todavía adaptado a la comunicación con el mundo. Llora con facilidad”, agregó Rodríguez, quien cree que acompañado con la familia podrá “adaptarse a la conversación”.
Alvarenga compareció la noche del martes ante las cámaras de prensa en el aeropuerto, en silla de ruedas, sin poder hablar por la emoción, pese a que tomó el micrófono con la intención de dar una breve declaración.
En el hospital se reencontró con sus padres María Julia Alvarenga y Ricardo Orellana, y su hija Fátima, a quienes no veía desde hace ocho años, según imágenes colgadas por Ramírez en Twitter, difundidas por diarios locales.
“Se mantiene estable”, dijo a la AFP al final de la tarde Ramírez, quien precisó que Alvarenga tendrá nuevos exámenes psicológicos temprano el jueves, de lo que se informará en rueda de prensa a mitad de la mañana. Bello había señalado que darle de alta dependerá de “la condición psiquiátrica más que física”. Podría ser en uno o dos días, reiteró Ramírez.
Según Bello, este miércoles Alvarenga caminó y se bañó, pero lloró. Además, cumplió un deseo que tenía: comer “tortilla con queso”, hecha a base de maíz, típica de México y Centroamérica.
De acuerdo con su relato, el salvadoreño salió en diciembre de 2012 a pescar tiburones en la costa mexicana del Pacífico, adonde se había quedado viviendo cuando emigró hace unos 15 años rumbo a Estados Unidos. Su embarcación se averió y quedó a la deriva con otro pescador, un mexicano de 24 años, que según él murió por negarse a comer pescado crudo, aves, y beber sangre de tortuga, como hizo él. Trece meses después apareció en Islas Marshall, a 12.500 km. Desde entonces capta atención mundial.
Mientras los médicos le atienden, Alvarenga es esperado en su pueblo, Garita Palmera, 118 km al suroeste de San Salvador, desde donde fueron llevados sus familiares al hospital.
El náufrago comenzó a ser destacado en El Salvador como símbolo de esperanza y, a la vez, del desgarramiento que provoca la emigración, en un país pobre que sufre una violencia criminal que a diario cobra siete vidas.
“Es una historia de fe (...) de lucha por la vida, pero también es una historia de solidaridad y reencuentro” , destacó el canciller Jaime Miranda, al recibirlo en el aeropuerto. Para el académico Roberto Cañas, refleja “la falta de oportunidades” para muchos en El Salvador. Alvarenga emigró en pos de trabajo, como hace una treintena de salvadoreños cada día. “Es un caso extremo de la cotidianidad, no es un caso de realismo mágico. Es realidad lo que vivió”, opinó.
La analista Jannette Aguilar lo calificó como un “signo de esperanza” en un mundo pesimista.