Hablar de la muerte en una cafetería fue la sencilla idea que lanzó por primera vez el sociólogo suizo Bernard Crettaz durante una conferencia en 2004.
La idea se convirtió en realidad y los cafés de la muerte se desarrollan ya en varios otros países, como en Francia y Bélgica. En 2014, Crettaz animó su último café, cediendo el relevo a la asociación 'En vie de dire la mort' (Quiero hablar de la muerte).
En un país en el que el suicidio asistido es legal -el año pasado la asociación EXIT aprobó 450 solicitudes y ayudó a llevar a término 286 muertes deseadas-, la idea de Crettaz no sorprende.
De hecho la posibilidad de decidir el momento de la propia muerte es uno de los temas que se trata en los “Cafés Mortels”. De los doce participantes en uno de los encuentros no todos toman la palabra. Se respetan los turnos de palabra y, sobre todo, los silencios y las emociones. “A este tipo de reuniones suelen acudir personas mayores que empiezan a pensar que la muerte no está lejos o personas que han sufrido una pérdida repentina ante la que no saben cómo reaccionar”, explica a Efe Albane Bérard, una de las coordinadoras de la asociación.
Lo que se cuenta durante el Café se queda en el Café, una regla que facilita que los asistentes puedan abrirse y expresarse sin tapujos porque muchas veces son historias difíciles de contar. Como la de la señora enferma de cáncer que sabe que vive un tiempo prestado. Como la del hombre que tuvo que decidir desconectar a su esposa de la máquina que la mantenía en coma. Como la de la mujer que descubrió que su madre había fallecido tras dejar de tomar su medicación deliberadamente o como la del matrimonio que perdió un hijo al nacer.
Aunque han pasado ya 18 años, las lágrimas se vuelven a agolpar en los ojos del padre que se abre en el “café mortel”. El dolor no es lo único que les une a los que acuden a este lugar para hablar de la muerte: se reúnen para buscar respuesta a una pregunta que todos se han planteado, ¿cómo continuar viviendo cuando alguien querido fallece?
No se busca un enfoque teórico, ni se invita a expertos. “Nadie es un experto cuando, por una causa u otra, se enfrenta a la muerte. Es un tema en el que todos podemos aportar opiniones y experiencias, y todas ellas son válidas”, aclara Bérard. Stefania Lemière, otra de las organizadoras, expone a Efe uno de los problemas de estos encuentros: “Muchas veces lo primero que encontramos es rechazo cuando planteamos organizar un 'café Mortel'. Eso complica la continuidad y regularidad de las reuniones. Y para alguien que se esté enfrentando a una pérdida reciente, una reunión al mes no es suficiente”. Para evitar que hablar de la muerte se convierta en un tabú, los cafés de la muerte proponen una conversación libre, franca y honesta en torno a lo inevitable: repensar el sentido de la vida y entender que la muerte no tiene por qué ser una catástrofe. Al final, “la muerte nos espera a todos” concluye Lemiére.