El Ejecutivo acaba de aprobar una revisión del Código Penal en la que contempló subir las multas contra la hechicería que pasarán a ser entre 300 y 1.500 dirhams (entre 27 y 140 euros), frente a las penas actuales de 10 a 120 dirhams, contra todo aquel que “se dedica a una actividad de adivinar, pronosticar o explicar los sueños”.
El delito se ha aplicado de forma general a toda clase de brujerías, mientras que las típicas videntes que recorren la famosa plaza de Marrakech leyendo la ventura a los turistas, no suelen ser molestadas por la ley.
La práctica de la hechicería es tan popular que le cuesta al país una mala fama internacional, especialmente en Medio Oriente, que asocia el nombre de Marruecos con las artes ocultas.
En Marruecos, del tema se habla en voz baja, pero el pasado abril un intento de asalto a la casa de una “chowafa” (vidente o bruja por extensión) demostró la agresividad con que muchas personas persiguen un fenómeno que consideran herético. Solo la intervención de la Policía pudo evitar una tragedia.
Lo que había desatado el enojo popular en aquel caso fue cuando algunos vecinos vieron escaparse de la casa de la “chowafa” un gato maltratado que tenía los labios cosidos con hilo porque llevaba en la boca la foto de un hombre: todo marroquí sabe que ese sortilegio es uno de los más recurridos para someter la voluntad de una persona.
Y es que las prácticas de la hechicería son muy populares pero al mismo tiempo sus autoras son rechazadas socialmente. Una ambivalencia que se encuentra en la misma tradición islámica, que admite el poder del mal de ojo y de los djin o genios, ambos mencionados en el Corán; pero condena la práctica de la brujería como un “pecado capital”.
Según un estudio publicado en 2012 por el instituto estadounidense Pew Research Center, el 80 % de marroquíes creen en el mal de ojo y el 78 % confían en el poder de la brujería.
Hay dos figuras principales que se dedican a este oficio en Marruecos: la chowafa “multitarea” que predice el futuro, cura el efecto de un maleficio o incluso ella misma prepara un hechizo para hacer daño a alguien a petición del cliente.
Junto a ella está el “fkih”, especie de curandero religioso que usa el Corán con fines terapéuticos para sanar a las personas que sufren un mal de ojo, o que están habitadas por genios que solo podrán ser desalojados con sesiones de exorcismo.
Las dos figuras pasan así a ser las más idóneas para curar los males sobrenaturales, y hasta dolencias que en otras latitudes serían tratadas por psiquiatras y sicólogos, pues para muchos marroquíes los problemas mentales se deben principalmente a un maleficio.
Cuando un cliente visita a una chowafa, sale de allí con una receta casi secreta de distintas sustancias para conseguir sus fines. La mezcla la proveerá un herborista vecino, presente en todos los zocos del país, cuya fachada es la venta de especias, plantas y frutos secos, pero que en la trastienda también vende pellejos o líquidos de animales, nidos de ciertos pájaros y otras sustancias inconfesables.
Mustafa (nombre ficticio) es uno de estos herboristas de la Medina de Rabat, y solo habla a media voz y casi nunca a un periodista.
“Hay quienes acuden a nosotros con una receta de una chowafa, otros prefieren contarnos su dolencia y nos piden consejos. Es como ir a la farmacia en lugar del médico” cuenta a Efe Mustafa, que añade que esta actividad puede generar enormes ganancias en un día (una receta puede costar hasta 1.500 dirhams o 137 euros), algo mejor que “ pasar todo el mes vendiendo dátiles, almendras o pimentón”.
Acero en pequeñas láminas, granos de piedra de ámbar o trozos del nido de una cigüeña, son algunos de las sustancias más pedidas para curar dolencias comunes que van desde ayudar a una soltera a encontrar un marido, hasta eliminar la mala suerte, traer éxito laboral y hasta ganar elecciones.
El propio Mustafa cuenta que fue víctima de un hechizo de una ex novia que le impedía sentir atracción por otras, hasta que visitó a una chowafa que le ordenó echar acero y un talismán que preparó en un brasero, y saltar por encima del humo para quitarse el mal. Y tras el salto del brasero, pronto encontró otra novia.