Esculturas en la punta de un lápiz

SARAJEVO. Tallar con paciencia microesculturas en la mina de un lápiz de grafito, tan diminutas que sus detalles deben observarse con lupa, es la fascinante afición del bosnio Jasenko Djordjevic, de la ciudad norteña de Tuzla.

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La tragedia del niño sirio de tres años Aylan Kurdi, que murió ahogado en septiembre de 2015 en la costa mediterránea turca en su intento de alcanzar con su familia las costas de Europa huyendo de la guerra, le motivó a dedicarle una de sus tallas.

“No quise llamar la atención sobre la desgracia sólo de ese niño, en el mismo sitio y al mismo tiempo murieron su hermano y otros niños, sino que el mensaje de mi escultura era que tales cosas no deberían ocurrir en ningún lugar”, declaró Djordjevic a Efe. La fotografía del cadáver del niño hallado en la playa turca de Bodrum se convirtió en un símbolo de la tragedia de los refugiados.

“La escultura por sí no puede cambiar nada. Las potencias que llevan las guerras se guían por intereses y no por emociones, pero yo creo que es importante que se hable de eso, para que tal vez en el futuro se impidan o atenuen las tragedias de los inocentes”, indica este insólito artista, de 34 años.

Desde hace siete años, Djordjevic, fotógrafo de profesión y también entrenador de artes marciales, se dedica a esculpir figuras de un tamaño de cuatro milímetros, en la propia punta del lápiz que sirve para escribir. Ha hecho hasta ahora unas 200 esculturas diferentes.

El artista dice que es difícil encontrar lápices con un grafito de calidad que permita un trabajo tan minucioso como el suyo. “Es como realizar tallas en piedra, pero yo lo hago en grafito, en este espacio limitado, menudo, frágil, de cuatro milímetros. Sólo la longitud permite formas”, explica.

Djordjevic asegura que ha aprendido a no enfadarse cuando a poco de dar la forma final a una obra después de horas y horas de trabajo, ésta se rompe “y vuelves al inicio”. Entonces suele dejar el trabajo hasta el día siguiente. “Esto requiere mucha paciencia y mucho esfuerzo”, señala.

Cuando decide el motivo que desearía modelar, primero hace un dibujo esquemático y, acto seguido, se pone a trabajar con bisturí y aguja de dentista para reproducir de la forma más fiel posible su esbozo en el grafito. “Trabajo paso a paso, y cuando acabo una parte, la parte 'cruda', le tomo fotos. Donde más me detengo es en los detalles. Observando las fotografías decido qué tendría que perfeccionar. Eso puede durar varios días o incluso semanas”, cuenta el insólito artista.

Sus obras no permiten error o irregularidad, porque es casi imposible corregir nada. Por eso, Djordjevic necesita una profunda concentración, mucha paz y una buena fuente de luz. Pocas personas en el mundo se dedican a esculpir en grafito, y Djordjevic no ha conocido a ninguna en persona, pero sigue el trabajo de un autor estadounidense y dos chinos. Desde la infancia siempre tuvo una gran afición por las miniaturas.

“En una ocasión elaboré un diminuto barco de papel, de dimensiones de 0,7 por 1 milímetro”, dice, y asegura que sólo por “alguna formalidad” no entró en el libro Guinness de los récords. Empezó a esculpir en grafito después de que su hermano le mostrara fotos de obras de un estadounidense y le preguntara “más en broma” si él podía hacer algo así.

“Me gustó la idea y me puse a hacerla realidad. Varios días después, le entregué una obra y le dije:'Ya ves que puedo'. Mi hermano casi no lo creía, porque lo hice sin conocimientos previos de ese trabajo”, señala. Desde entonces ha ido aprendiendo y ganando destreza, y conociendo y analizando herramientas y la calidad de grafito en el lápiz, que no debe ser ni muy duro ni blando para que pueda modelarse.

Ha participado en varias exposiciones en Bosnia-Herzegovina, Noruega y otros países, y algunas de sus obras se encuentran en el museo del lápiz “The Cumberland Pencil Museum” del Reino Unido.

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