El “hincha uruguayo del fin del mundo”, como ya le han apodado en el país sudamericano, donde se hizo célebre gracias a una publicidad, se llama Iván Eginsson, nació en Moscú en 1974, vive en Islas Feroe desde 1998 y entre otras curiosidades su fanatismo por La Celeste le llevó a celebrar la pasada semana su cuarenta cumpleaños con una tarta que representaba la bandera de Uruguay.
Eginsson confesó en una entrevista con Efe vía e-mail desde Klaksvik, la segunda ciudad más poblada del archipiélago feroés, antes de partir al Mundial donde seguirá al equipo dirigido por Óscar Washington Tabárez, que se enamoró de la selección uruguaya desde que la vio jugar contra Bolivia en las clasificatorias para el Mundial de 1990.
Desde entonces, su idilio con el equipo uruguayo llevó al ferviente hincha a perseguir al equipo por lugares tan variopintos como Ciudad del Cabo, Bucarest, Moscú, Doha, Montevideo y ahora la brasileña Fortaleza.
“Me gusta el hecho de que un país tan pequeño se destaque tanto en el fútbol. En Uruguay, el fútbol lo es todo”, indicó Eginsson, que comparó la pasión uruguaya por el deporte rey con la que se vive en Islas Feroe, donde sus casi 50.000 habitantes cuentan con una selección nacional desde 1988.
Ese tamaño le da a Uruguay, a juicio de Eginsson, su rasgo más distintivo.
“Los jugadores uruguayos son más patriotas que los de equipos más grandes. Por eso desarrollaron ese espíritu de lucha: la garra charrúa”, opinó.
Eginsson atesora una gran cantidad de anécdotas sobre su fanatismo, si bien el prefiere recordar su encuentro, mientras recorría los recovecos del Estadio Centenario de Montevideo, con Alcides Ghiggia, artífice del gol del “Maracanazo”, con el que Uruguay le arrebató a Brasil el título de campeón del mundo en 1950.
Su amor por La Celeste también llevó a Eginsson a visitar el país en seis ocasiones desde el año 2008, recorrer los 19 departamentos del pequeño país y, como si fuera un uruguayo más, veranear en el balneario de La Paloma, en la costa atlántica.
“De Uruguay me gusta todo: la forma de corazón del país, su inusual bandera, su himno nacional, e incluso su nombre”, recalcó el futbolero.
Su nexo con el país es tan grande que el pasado año escogió como segundo apellido -una tradición que existe en las islas- “Eysturland”, que significa “tierra oriental” en idioma feroés, en referencia a la denominación oficial nacional como República Oriental del Uruguay.
Demasiado exaltado para conformarse con ver los partidos de La Celeste desde su hogar, presidido por la atenta mirada del libertador uruguayo José Artigas en un retrato que pintó su esposa, Eginsson viajó hasta Brasil para no perder detalle de la actuación de su equipo del alma.
“Esta vez, Uruguay es de nuevo la nación más pequeña de las 32 que participan en la fase final del Mundial, pero con el equipo actual creo que son los candidatos en la sombra y darán la sorpresa”, señaló.
Aún así, Eginsson tampoco creyó necesario invocar al “fantasma del 50”, con el que los uruguayos bromean conmemorando su victoria sobre Brasil en aquel año, y dudó de que en 2014 pueda producirse un nuevo “Maracanazo”, ya que “Brasil no será este año un favorito tan marcado como lo era ante Uruguay en 1950”.
Como buen aficionado “uruguayo”, Eginsson también tuvo tiempo para angustiarse con la lesión de la estrella celeste, Luis Suárez, sometido a una operación de rodilla a pocos días del inicio del mundial, una “noticia horrible” para este hombre, dedicado al negocio de la pesca y al sector naviero, que confía de todos modos en que el delantero podrá restablecerse para disputar sus partidos en Brasil.
Si finalmente La Celeste, séptima selección en la clasificación mundial de la FIFA de este mes, levanta en Brasil su tercera Copa del Mundo, Eginsson y su familia tomarán el paso que les falta y considerarán mudarse a Uruguay.
“Habrá sido cosa del destino”, reflexionó.