Chica filipina escapa con el baile del futuro en el basurero

MANILA. Una chica de 15 años perteneciente a una familia muy pobre vecina de un basurero del barrio manileño de Tondo es la gran promesa de la danza clásica filipina, gracias a un programa de becas para niños sin recursos.

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Jessa Balote nunca había oído hablar de la danza clásica hasta que su hermano mayor la animó a presentarse a una prueba, en 2008, organizada por la Escuela de Ballet de Filipinas con el propósito de formar a niños de los arrabales con las becas “Promesas del Ballet”, patrocinadas por la ONG Fundación Cristiana Filipina.

“Vimos su potencial de inmediato, tenía unas piernas hechas para el ballet y además se notaba que era una niña inteligente”, recuerda con emoción Jonathan Janolo, profesor de la academia manileña.

Cuando ya han transcurrido cinco años desde entonces, la joven ha superado las expectativas más optimistas y se ha convertido en una de las alumnas más aventajadas de la escuela.

“Es increíble el nivel que tiene para haber empezado a los diez años. Aprende muy rápido. No hay duda de que es la bailarina con mayor futuro de la compañía”, apunta Osías Barroso, asociado artístico de la Compañía de Ballet de Manila.

Su talento natural unido al duro trabajo le han permitido abrirse un hueco y ganar por primera vez algún dinero.

“Lo que gano es una gran ayuda para mi familia, sirve para pagar la electricidad, la comida y las necesidades del día a día”, relata Jessa, quien habita en una exigua chabola con sus padres y sus cinco hermanos. El dinero obtenido aún es insuficiente para que la familia se mude a un lugar mejor, pero ya no tiene que pasar las noches con su madre rebuscando comida en las, por lo general, poco generosas basuras.

La joven bailarina se desenvuelve con la misma naturalidad en el ambiente seductor de los escenarios que en las callejuelas de Tondo, en las que los niños desnudos chapotean en el lodo, aparentemente acostumbrados al penetrante olor a putrefacción.

“Estuve en el barrio donde vive Jessa y se te rompe el corazón. Pero creo que ahora, con lo que ella gana, su familia puede ver algo de luz”, subraya Janolo.

El profesor explica que el programa también financia las clases de otras cuatro niñas que provienen de ese mismo barrio, de los más míseros y sucios de Manila.

“No tienen tanto talento como Jessa, pero también se esfuerzan y ganan algo de dinero de vez en cuando”, dice el docente.

La bailarina es hoy una muchacha risueña, siempre dispuesta a reír con sus compañeras, pero no le fue fácil adaptarse a un mundo tan distinto al que había conocido. “Recuerdo que era muy tímida, nunca quería hablar y lo único que le oíamos decir era sí, no y gracias. Con el tiempo ha mejorado sus habilidades sociales y ha abierto su mente. Ahora se relaciona con las otras compañeras”, explica Janolo.

Para los maestros tampoco resultó sencillo acoger a estas niñas, tras muchos años tratando con alumnas de familias acomodadas que acudían a clase con ropas caras, sus tabletas y los teléfonos móviles más modernos.

“En el ballet es habitual que gritemos a las niñas, que intentemos motivarlas siendo duros, pero con ella y sus compañeras de Tondo al principio me costaba, me sentía culpable”, dice.

Y Janolo añade que, “una vez se puso a llorar después de una regañina y me hizo sentir mal. Pero con el tiempo vi que cada vez reaccionaban mejor y aprendí a tratarlas como a las demás niñas”.

Además de ser una fuente de ingresos, la beca permite a estas niñas observar que en el mundo hay algo más que el chabolismo de Tondo y anima a soñar con un futuro mejor.

“Antes no me gustaba el ballet, sólo quería bailar, pero ahora me he acostumbrado y me gusta. Me tengo que seguir esforzando. Me gustaría ser profesora en el futuro”, afirma con una sonrisa tímida Jessa.

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