Excluidos de la industria turística reglada de localidades cercanas como Sharm el Sheij o Dahab, los beduinos, hijos de estas tierras y cuyas raíces les mantienen arraigados a ellas, se resisten a creer que sus montañas sean peligrosas, pese a los recientes acontecimientos en la zona.
Por ello, organizan desde hace tiempo viajes en los que muestran a turistas egipcios y extranjeros las maravillas de la agreste naturaleza entre la que han crecido y que, según ellos, nada tiene que ver con grupos terroristas.
“En el norte (del Sinaí) hay algunos problemas con estas organizaciones (yihadistas) que luchan contra el ejército, pero aquí, en el sur, no tenemos nada de eso”, dice a un grupo de periodistas Amsalam Farach, beduino organizador del último viaje de este tipo bautizado como “Sinai is Safe 3” (El Sinaí es seguro 3).
Esta tercera edición estuvo a punto de suspenderse, debido al reciente suceso de un avión ruso, que se estrelló el 31 de octubre en la península del Sinaí poco después de despegar de Sharm el Sheij con 224 personas a bordo, la mayoría de ellas turistas rusos.
Pese a que tanto Rusia como el grupo terrorista Estado Islámico (EI) apuntaron que la causa del choque fue una bomba colocada en el interior de la aeronave, el Gobierno egipcio no ha ofrecido aún, casi tres meses después, una respuesta oficial.
En esta edición, han trabajado juntas por primera vez las tres tribus del sur del Sinaí -Tarabín, Yabaliya y Mazeina-, lo que, según Farach, infunde más seguridad porque así “ no hay espacio para ningún extraño”.
“Todo el mundo aquí cuida el turismo, porque es su negocio. Trabajamos aquí y no vemos ningún peligro, es por eso que invitamos a la gente, que decimos que el Sinaí es seguro. Vivimos aquí, en este maravilloso paraje que nos rodea, estas montañas. Todo el mundo conoce a todo el mundo en este sitio”, señala Farach.
Para ayudar a transmitir este mensaje más allá de sus tierras, Ben Hoffler, un británico que lleva siete años compartiendo té con los beduinos del Sinaí, les echa una mano. Este consultor para ONG, que también colabora en las tareas logísticas de los viajes, afirma que el sur del Sinaí está “muy bien protegido” por los propios beduinos, que “vigilan los principales caminos de sus tierras, día y noche, y tienen muchas redes de información”.
Además, añade que “no hay posibilidad de que las tribus colaboren (con terroristas). Están muy arraigadas a su tierra y a su familia. Abandonar la tribu y entrar en una organización es algo muy importante y, en el sur, el sistema tribal es muy fuerte y mantiene a la gente unida”.
Ese sentimiento de pertenencia, de arraigo y el hecho de que se conozcan la arena por la que caminan como la palma de su mano es lo que hace a los turistas que se deciden a venir confiar en los beduinos como Farach y relativizar la amenaza que suponen sucesos como el del avión ruso.
“No es la primera bomba que se pone en un avión en los últimos años, así que no quiero decir que hay algo malo en Egipto”, dice a Efe Mary Guergues, una profesora de El Cairo que forma parte de la expedición. La enseñante incide en que “hay algo malo en el mundo y Egipto solo es parte de este mundo, así que hasta que este no se dé cuenta, nadie está a salvo: ni los egipcios, ni los franceses ni los rusos”.
Entre las calizas paredes del “Closed Canyon” y las blancas del “White Canyon” se encuentran inmensas llanuras y oasis entre los que Hoffler, según insiste, es incapaz de encontrar un atisbo de inseguridad, digan lo que digan “los medios de comunicación, los analistas y el Gobierno”.
“No es verdad lo que se está diciendo y lo puedo demostrar porque lo veo con mis propios ojos. Me enfada cuando veo escribir esas cosas sin ninguna base por parte de gente que piensa que tienen experiencia. No creo que la tengan, al menos en esta parte del Sinaí. Así que trato de decir lo que veo”, defiende.
En ese sentido se expresa también Farach, para quien más vale la experiencia de tres tribus autóctonas trabajando juntas que lo que cuenten supuestos expertos a miles de kilómetros de sus casas. “La gente ahora se está empezando a dar cuenta de que las cosas que aparecen en la televisión y en los periódicos parecen más grandes de lo que son en realidad”, concluye.