Este animal del tamaño de un gato es el único mamífero con escamas del mundo y es muy apreciado en Liberia por su carne dulzona y por sus escamas que en Asia se usan para la medicina tradicional. Emmanuel, de 58 años, cultiva bananas y pimientos en una aldea del distrito de Gbarpolu, a cinco horas en coche de la capital Monrovia, pero sus diez hijos han podido ir a la escuela gracias a que caza pangolines y monos.
El pangolín está amenazado de extinción y es uno de los animales más traficados del mundo. Hasta 2013, el principal origen de este tráfico era Asia, pero la merma de ejemplares llevó a África a convertirse en el principal proveedor. La convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) prohibió en 2016 el tráfico internacional de pangolines, ya que algunas categorías de este mamífero están situadas en la lista roja de especies amenazadas de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
En Liberia este animal goza de protección desde 2016, pero para Emmanuel y otros aldeanos de este país empobrecido por 14 años de guerra civil y la epidemia de ébola, el pangolín es un medio de subsistencia. “Lo matamos y lo comemos”, explica Emmanuel a AFP . “Después, vendemos las escamas” .
“No tenemos elección” , se justifica el hombre durante una caza furtiva.
Terreno propicio
Las escamas del animal, que vive únicamente en África y Asia, alimentan una extensa red de tráfico internacional. En China y Vietnam se emplean para tratar la artritis, las úlceras, los tumores o los dolores menstruales, unas virtudes que nunca han sido probadas científicamente. Un kilo de escamas se vendía a 355 dólares en China en 2019 y por 700 dólares en Laos, según un estudio de la fundación Wildlife Justice Comission.
En los últimos años toneladas de escamas han sido decomisadas por agentes aduaneros en todo el mundo. Para los traficantes, Liberia es un terreno propicio. Más del 40% de su superficie está cubierta de bosques y el gobierno es débil. La sociedad todavía no se recupera de dos guerras civiles que dejaron 250.000 muertos y de la epidemia del ébola entre 2014 y 2016, que dejó 4.800 fallecidos. Y la demanda es alta. “Hay gente que compra, es por eso que vendemos”, dice un hombre de unos 50 años, jefe de los cazadores de una aldea.
Los compradores llegan a estas aldeas pobres con casas de muros de adobe y techos de plancha en la linde de frondosas selvas, explican los cazadores, que prefieren no revelar su identidad. Entre los lugareños aseguran que son liberianos quienes suministran las escamas a intermediarios en Monrovia.
El rastro de la mercancía se pierde a partir de allí. Pero en 2021 casi no llegó ningún comprador. Puede ser que la pandemia del covid-19, durante la que el pangolín ha aparecido durante mucho tiempo como sospechoso, haya ralentizado el negocio. En 2020, Pekín prohibió el comercio y el consumo de animales salvajes y retiró los ingredientes procedentes del pangolín de la lista oficial del recetario tradicional chino. Y Hong Kong, centro del comercio internacional de especies amenazadas, catalogó en agosto el tráfico de animales salvajes como crimen organizado.
Un joven cazador asegura que al menos ha conseguido vender todas sus escamas en los últimos meses. Según distintas fuentes conocedoras de las tarifas, un pequeño saco de escamas cuesta algunos dólares. En el país, un 44% de sus habitantes vive con menos de 1,9 dólares diarios. El dinero del pangolín sirve para comprar productos de primera necesidad como jabón, aseguran varias fuentes.
Incluso si el tráfico se reduce, los lugareños buscan el pangolín para el consumo propio. En una aldea, una mujer sale de su casa con una cría de pangolín en brazos. Su marido encontró al pequeño con su madre dos días antes. ¿Qué le pasó a la madre? “Nos la comimos enseguida” , responde la mujer entre risas.
Escamas por todos lados
Cerca del mercado Rally Market de Monrovia, un guarda forestal riega con carburante una pila de carne confiscada y enciende una cerilla. En la pila se consumen los cadáveres de monos y al menos el de un pangolín. A su alrededor, una decena de mujeres se enfadan y los insultan. Comfort Saah está ciega de ira: están ardiendo 3.000 dólares en mercancía, una pequeña fortuna en el país.
“¿Cómo lo haré para enviar a mis hijos a la escuela? ¿Cómo lo haré para sobrevivir?”, se lamenta. Desde que el animal está protegido en Liberia, su caza y comercialización está penada con hasta 5.000 dólares y seis meses en prisión. Después de años tratando de sensibilizar, los servicios forestales han decidido pasar a la acción con operaciones contundentes.
“Todos los días, los cazadores furtivos matan a nuestras especies protegidas” para un negocio que “destruye nuestro patrimonio natural” , asegura Edward Appleton, que dirige la lucha contra el tráfico en la autoridad forestal. El agente se desespera de la concepción utilitaria de este animal y las antiguas costumbres de consumo en las zonas rurales, donde se aprecian pocas señales de la prohibición de la caza furtiva.
En tres aldeas del distrito de Gbarpolu visitadas por AFP se encuentran escamas de pangolín por todos lados. La mayoría de aldeanos las disimulan en pequeñas cantidades en bolsas en sus casas, pero algunos no dudan en mostrar sus sacos llenos.
“Casi al final”
Casi 900.000 pangolines fueron vendidos en el mundo entre 2000 y 2019, indicó hace un año la oenegé Traffic. La cantidad de ejemplares en estado salvaje de esta especie es un misterio, dicen los especialistas. Pero los pocos datos disponibles ya bastan para temer un fuerte retroceso de su población. El número de animales cazados “ha aumentado” estos últimos años, se preocupa Phillip Tem Dia, especialista de la oenegé londinense Flora y Fauna Internacional (FFI) en Liberia.
Según un estudio de la agencia estadounidense USAID, entre 650.000 y 8,5 millones de pangolines han sido sacados de su hábitat entre 2009 y 2020 en África Occidental. Para Matthew Shirley, copresidente del grupo de pangolines en la UICN, es “totalmente irrealista” esperar que gente pobre renuncie a una fuente de alimentación tan rica en proteínas.
El acento debe ponerse en la conservación, entiende. Pero el hecho de que sea un animal solitario, difícil de alimentar y que se estresa fácilmente, complica los esfuerzos. En el Libassa Wildlife Sanctuary, abierto en 2017 cerca de Monrovia, acogen animales salvajes confiscados a personas que los tenían como animales de compañía o destinados al tráfico.
Luego intentan reintroducirlos en su hábitat o, cuando no es posible, de cuidarlos hasta el fin de sus días. Muchos mueren de estrés en cautividad, pese a los cuidados dispensados, explica la directora, la belga Julie Vanassche. “Son animales muy sensibles”, explica.
El Libassa Wildlife Sanctuary es la única institución en Liberia que acude en socorro de los pangolines. Desde su apertura ha reintroducido 42 en la naturaleza, pero eso no es más que una gota en el océano. “Hay que actuar rápido, estamos casi al final” , alertó Vanassche.