Los caballos entienden más de lo que creemos

¿Pero es realmente así? Los investigadores profundizaron en el asunto y obtuvieron resultados asombrosos. “Los caballos son seres altamente evolucionados, que también pueden entender abstracciones y tienen una percepción muy fina”, señala la experta en ciencia hípica Vivian Gabor, en Alemania.

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Christin Klose

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La percepción de los caballos es fina, pero es diferente a la nuestra. Esa es la causa de los malos entendidos. El animal reacciona a algo que el ser humano no percibe y por eso es considerado “tonto”. Así, por ejemplo, los caballos tienen una visión del mundo completamente diferente por la ubicación de sus grandes ojos a los lados de la cabeza, una visión panorámica.

Solo ven de forma tridimensional una zona relativamente pequeña, por lo que en, su mayor parte, les es muy difícil calcular bien las distancias. Si un caballo ve algo que desde su visión puede ser peligroso, sale corriendo de inmediato, a causa de su instinto fugitivo. Y para sorpresa de su jinete, que no vio nada.

“Los caballos simplemente son increíblemente rápidos y nada tontos”, asegura Gabor. A un caballo le asusta, por ejemplo, todo lo que se mueve en el suelo. Y peor aún: los movimientos que se producen en diagonal detrás de ellos. La experta aconseja a jinetes y cuidadores que entrenen esas situaciones específicamente en un entorno seguro como una pista. Primero, con un estímulo bajo, que luego se irá aumentando.

En situaciones que generan miedo también ayuda si el caballo está acompañado de otro animal de su especie que va delante, recomienda la experta Kathrin Schütz. Aclara que no todos los caballos sirven para eso. “El caballo líder en cualquier caso debe ser de una jerarquía superior, porque de lo contrario no cumple con la función de modelo a seguir”, dice. En general, los más jóvenes imitan lo que hacen los mayores.

Como animales que sobre todo se comunican a través del lenguaje corporal, los caballos también entienden mucho de las personas, lo que estas en su mayoría no perciben: su gestualidad y su mímica.

Un ejemplo de esto es el “Kluger Hans” (Hans, el listo), un caballo de principios del siglo XX en Alemania, del que se creía que podía realizar operaciones aritméticas. Lo que sí podía era interpretar exactamente pequeñas señales en la mímica de su maestro humano. “Así reconocía cuándo debía parar de patear el suelo (en sus respuestas)”, explica Schütz.

Gabor recomienda por eso que en el manejo de los caballos se sea muy consciente del lenguaje corporal y la energía propios. Pasearse con los hombros caídos, por ejemplo, le transmite al caballo una impresión de relajación.

Hasta qué punto los caballos reaccionan a la condición interna del jinete sobre su lomo, al que lógicamente apenas pueden ver, quedó muy claro en un experimento. A los jinetes se les comunicó que, para un estudio, se iba a abrir un paraguas y que luego caería agua, por lo que sus caballos se iban a asustar.

Los investigadores chequearon la frecuencia cardíaca de caballo y jinete. Si el pulso de la persona aumentaba en vista de lo que se les había anunciado que sucedería, aumentaba enseguida el del animal. “Y eso que no se veían ni el paraguas ni el agua. Los investigadores solo lo habían anunciado”, comenta Schütz.

En otro estudio, a los caballos se les enseñó a entender el significado de símbolos. En una pizarra se les ofrecieron luego tres símbolos. Uno significaba “poner manta”, otro “quitar manta” y el tercero “ningún cambio”.

Según Schütz, esos deseos se correspondían en los caballos entrenados para este estudio con las condiciones climáticas: si estaba soleado, no querían una manta sobre la espalda. Con mal tiempo, señalaban el símbolo de “poner manta”.

¿Pero cómo aprenden los caballos? Según Gabor, hay varias maneras de encarar el tema: se puede elogiar a los caballos con la voz, acariciarlos -los golpecitos tan extendidos no les gustan nada-, quitar una presión generada antes o darles una golosina.

Otra capacidad de los caballos: piden ayuda a las personas. En un experimento se escondió su alimento favorito en un balde a una distancia o altura en la que podían verlo pero no alcanzarlo. Todos los caballos “pidieron” a sus humanos que les consiguieran sus zanahorias o sus manzanas estirando la cabeza demostrativamente en dirección al balde, sacudiéndola o asintiendo.

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