31 de diciembre de 2025

Mientras Alemania se prepara para una Nochevieja cargada de explosiones, los dueños de mascotas como Anja Gerauer buscan refugio. Con un aumento del 62% en pirotecnia, los temores por el bienestar animal inquietan a muchos en un país dividido.


Viajar con mascotas dejó de ser una rareza: cada vez más hoteles son pet friendly, hay playas con sectores habilitados y hasta restaurantes que ofrecen bebederos y galletitas para perros. Pero que tu compañero de cuatro patas sea bienvenido no significa que el viaje vaya a salir bien por sí solo. La diferencia entre unas vacaciones placenteras y un recuerdo caótico suele estar, literalmente, en la maleta.

En un extremo de la correa, un chihuahua de poco más de un kilo cabe en un bolso de mano. En el otro, un gran danés puede pesar lo mismo que un adolescente. Ambos son perros, pertenecen a la misma especie (Canis lupus familiaris) y, sin embargo, su tamaño parece desafiar la lógica. Detrás de este contraste extremo hay un laboratorio silencioso pero implacable: la genética.

Con la llegada del calor, las playas se llenan de sombrillas, conservadoras y también de perros que acompañan a sus dueños. Pero mientras muchos se preocupan por el sol o las corrientes, un enemigo silencioso suele pasar desapercibido: la arena caliente.

¿El perro viaja con la familia o se queda en casa? Lo que podría parecer una decisión emocional es, en realidad, una cuestión de bienestar animal, logística y responsabilidad. Viajar con un perro no siempre es sinónimo de mejor opción para él.

Un perro que sigue a su humano a todas partes, que no tolera una puerta cerrada, que se inquieta ante cualquier intento de salir sin él, para algunos resulta enternecedor; para otros, agotador. Pero más allá de la anécdota, especialistas en conducta canina advierten: la hiperdependencia no es sinónimo de amor, y puede afectar la calidad de vida del animal.