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Me considero una ciudadana común y eso me honra. Soy común porque comparto ciertos derechos y cualidades fundamentales con otros seres humanos como yo: el derecho a la vida, a la seguridad, a la libertad, a la justicia, a la igualdad ante la ley, a la información, a la verdad; la capacidad de razonar, de obrar a conciencia, de luchar, de amar, de reír, de ser feliz. Me considero libre y no le debo obediencia ciega a nada ni a nadie que atente contra mi humanidad. Voy a defender mi humanidad y la de los demás, porque defender el derecho ajeno es defender el mío.
Reconocerse en los demás es lo que se llama respeto. Respeto significa honrar en otra persona lo que uno honra en uno mismo: su condición humana. Eso –no la obediencia ciega ni el temor– es la base de la convivencia pacífica.
Apoyo la reacción ciudadana contra la usurpación flagrante perpetrada por ciertos sujetos empotrados en el poder. Un Congreso con delincuentes en su seno no me representa. Un presidente que demuele las instituciones en beneficio propio, tampoco merece ser depositario de mi soberanía. Un Poder Judicial prevaricador carece de autoridad.
Un Ministerio Público al servicio del crimen organizado es una amenaza permanente. Sin lugar a dudas, hay que demoler lo malo, lo que no funciona, lo que atenta contra la humanidad de cada persona ligada al Paraguay. Pero no se puede vivir eternamente reaccionando, demoliendo, protestando...el problema fundamental es: ¿cómo queremos vivir? ¿sabemos cómo es vivir en paz? El trato que se le dio a Federico Franco me hace pensar que no.
Puede que a algunos no les guste Franco. Hay quienes lo acusan de corrupto y ojalá, algún día, cuando tengamos un Ministerio Público operante y una Justicia imparcial, todo eso se aclare.
Por ahora, lo cierto y lo concreto es que Franco, como cualquier ciudadano, tiene derecho a estar en la plaza pública... y ese derecho está por encima de la voluntad de cualquier grupo auto convocado. Si la ciudadanía reunida pierde el respeto hacia sus conciudadanos, se convierte en usurpadora y eso no es aceptable: dictadura, nunca más. PD: no me digan que el paraguayo es incapaz de entender lo anterior. Tuve la suerte de tener un abuelo ymaguaré, nacido en Quiindy en 1878, que me enseñó lo susodicho... y no era una excepción.
Olivia González