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Leí el artículo publicado el domingo: ¿el cliente tiene siempre la razón? me hizo reflexionar sobre mi caso particular.
En muchas empresas es política y regla de oro que “el cliente siempre tenga la razón”, no se admiten maltratos a los clientes, pero ¿quién me defiende a mí como representante?
Como muchos yo estaba en el frente de batalla, con chaleco antibalas ante cualquier palabra ofensiva que me de puntadas en el estómago, y sólo eso, sin casco ni seguro de vida por si alguien quisiera hacer rodar mi cabeza.
Así fue como un cliente, tal vez con rencores hacia la empresa, decidió quitarme el esfuerzo de todo un año y me regaló un currículo manchado e imposibilitó mis sueños de empezar el año con por lo menos un pie en la universidad.
Eso también me hizo ver cómo funcionan los recursos humanos de las diferentes empresas, a través de influencias, es decir, a través de quien conoce a quien, sin justicia para quienes en serio quieren conseguir crecer personal y laboralmente.
Al parecer sin estas influencias extras, un joven no puede pretender ganar sueldo mínimo, trabajar en horarios mañana-tarde, o por ser mujer aspirar a cargos como recepcionista, cobradora y secretaria, o por lo menos estar en un lugar con trato dignificador.
Jesse Burgos