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Antes de la visita del Papa deberíamos rezar una letanía para rogar a todos los santos que nos libren del papelón confesional que se avecina: el Santo Padre recitando Ore Ru y nosotros acompañándole torpemente con los labios sellados o apoyados en un papel.
Y es lógico que así suceda, porque nuestros ancestros indígenas no nos legaron la costumbre de rezar. Sus invocaciones a Tupã estarían implícitas en sus danzas rituales o las contorsiones mágicas de sus chamanes. No construían templos ni tenían nichos de santuario familiar. Es seguro que las palabras tupão, tupãnói, ñembo’e, rovasa, etc. fueron acuñadas por jesuitas o franciscanos, no por payeseros de las tribus.
Entonces, más vale que nos dispongamos a aprender Ore Ru a ritmo acelerado, para no decepcionar a este buen señor que ha dado muestras de cariño a este pueblo desde mucho antes de ser ungido Sumo Pontífice.
Y ojalá que Dios entienda el guaraní mejor que el castellano y por eso quiera concedernos su gracia con mayor abundancia, lo que nos servirá de consuelo por la fama de país semisalvaje con que nos hemos identificado, al reconocer como oficial a una lengua de primitivos anclada en la prehistoria.
Amén.
Víctor Manuel Ruiz Díaz