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La auténtica y genuina verdad está en manos de nuestro creador y el humano a causa de su mezquina esencia apenas logra aproximarse a ella. Creemos saber o seguir el camino correcto, pero no pocas veces nos dejamos llevar por engañosas apariencias y otras veces obramos equivocadamente por consciente elección. Si nuestra voz interior, alimentada por emociones subjetivas, nos aconseja ininterrumpidamente a obrar o a reaccionar de determinada manera se pierde toda objetividad y cómo nadie logra aislar las emociones a la hora de decidir nunca alcanzamos la total y completa neutralidad.
Los afectos como el amor, el compañerismo, la comprensión, la solidaridad, etc., al igual que los demás valores se debilitan ante el poder y el dinero. Se puede desenmascarar claramente la naturaleza y la meta de cualquier persona o grupo al observar su posición cambiante ante hechos similares. El que no tiene una postura sólida o principios firmes pasa del blanco al negro con tremenda facilidad y el tibio permanece inseguro estancado en el gris. Aquellos que andan detrás del poder y del dinero deberán necesariamente acomodarse constantemente a las situaciones para no perder beneficios... y es justamente este continuo cambio el que deja entrever la esencia humana.
Toda persona perspicaz nota fácilmente, pero a su vez impotentemente como los intereses personales o sectarios maniobran para lograr su meta personal. Facilitar toda información sin excluir nada, incluyendo la que no conviene, es necesario para que el receptor pueda sacar libremente su conclusión. A pesar de que la manipulación tiene un éxito transitorio la vida se encarga, lastimosamente con demasiada lentitud, de enderezar lo torcido. El que obra ocultando o engañando tarde o temprano termina mal. Por esta razón apostaría a que en algún momento Leopoldo López ocupará la silla presidencial de Venezuela, que la postura tibia de Mario Ferreiro no lo hará ganador y que Arnaldo Samaniego vencerá únicamente gracias al apoyo oficialista. Ser observador permite anticipar el futuro, pero como no somos perfectos a veces nos equivocamos.
Helga Behage