El pecado de votar sin botar

Es impensable hablar de democracia sin expresar lo que en ella significa la palabra “oportunidad”’. De elegir, de poder ser electos, de ser oportunos.

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Los seres humanos crearon la democracia con la esperanza de extirpar el despotismo. Pero puede el remedio, traicionar su esencia y establecer –como decía Borges ‘‘por un abuso de la estadística’’– la misma enfermedad.

Es por eso que muchos sostienen, por la traición sucesiva y general, que el sistema ha fracasado. Personalmente no creo que sea así. Lo que sí ha fracasado hasta el momento es el método para instaurar el sistema democrático de gobierno. Es triste vivir en un país tan rico, conducido por cerebros tan pobres.

Debemos entender que el peor pecado en las democracias es premiar a los gobernantes que tuvieron una mala gestión, permitir –del modo que sea– que sigan. Del modo que sea, es decir, o votándoles directamente o votando al que no tenga oportunidad de ocupar su lugar. Puede ser difícil comprender, y hasta parecer injusto, pero la democracia es así. Gana la mayoría, el resto es historia.

Aunque no nos podamos asegurar de la idoneidad o capacidad del que tiene mayor posibilidad de derrocar al que tuvo una gestión deplorable, nunca tendrá el mismo efecto premiar a un inútil y corrupto que dar la oportunidad a un desconocido.

Repito, la clave para que las gestiones mejoren es que los gobernantes entiendan que si tuvieron la oportunidad y no supieron honrar la confianza de su pueblo, en ningún caso podrán seguir. Eso depende de nosotros. El mayor poder de la ciudadanía está en decidir a quién dar una oportunidad.

No olvidemos que votar también es botar y no perdonemos a los que nos ofenden, si queremos librarnos del mal.

Rodrigo Ayala Miret

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