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Hoy muchos católicos ultraconservadores se rasgan las vestiduras porque el Papa señaló que es hora de permitir la comunión de los divorciados católicos, vueltos a casar por el civil; dejando de estigmatizar a estos como pecadores y apartándolos de la Iglesia.
El Papa dice: “Es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea culpable o que no lo sea de modo pleno–, se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”.
Es precisamente esa ayuda de la Iglesia la que se le negó a los divorciados, hasta ahora, exponiéndolos a la marginación y al quebrantamiento de su fe, olvidando el fin último de la Santa Iglesia Católica, de cuidar al rebaño de Dios y recuperar a los perdidos.
El Papa dice: “Ninguno puede ser condenado para siempre, porque ésta no es la lógica del Evangelio. Es necesario integrar a los divorciados vueltos a casar, que no están excomulgados, en las comunidades, evitando toda ocasión de escándalo”. El Papa afirma que “hay que evaluar las situaciones de exclusión que deben ser superadas”.
Así se transforman las reglas-castigo que evitan que los divorciados vueltos a casar pueden confesarse o comulgar, que les prohibe ser padrinos de bautismo o leer las lecturas en la misa.
Así, Bergolio está llevando la estructura rígida de la iglesia hacia un camino aperturista que eleva el mayor mensaje y mandamiento de Jesucristo: Amaos unos a otros; como yo os he amado.
Sofía Martínez