Cargando...
Los barrios residenciales de la Capital se han visto invadidos por agresivas construcciones elevadas con sus respectivas terrazas gastronómicas y de fiestas que han venido a imposibilitar el descanso reparador de la ciudadanía circundante y la destrucción masiva de los pocos barrios residenciales que quedaban en esta ciudad, súbitamente transformada en un continuo estruendo que martiriza a los vecinos.
La proliferación desordenada y caótica, de edificios de altura en barrios donde no existen espacios para circulación y estacionamiento ni capacidad de provisión de aguas y cloacas han transformado la antigua Madre de Ciudades en un conglomerado de eterno embotellamiento con su cacofonía de bocinazos e insultos.
En el antiguo señorial barrio de Villa Morra, extendido a Carmelitas, Mburucuyá, Ykua Satî y otros coexisten de manera promiscua y ofensiva, hoteles restaurantes con música, terrazas de eventos, juegos de azar, y otros. El único relegado sin el menor derecho a su descanso reparador es el ciudadano común que aparte de cumplir con sus obligaciones impositivas carece de todo recurso al cual apelar.
Por ejemplo las llamadas telefónicas a las Seccionales policiales reciben como respuesta de que las patrulleras hicieron su trabajo pero fueron informadas que la fiesta ruidosa cuenta con permiso Municipal, dando a entender que eso les autoriza a generar música ensordecedora hasta bien pasado el amanecer.
Llamar a la Municipalidad para colocación de cepos a los infractores resulta inútil, porque la respuesta puede ser ''nuestros móviles carecen de combustible'' o voy a mandar una patrulla que nunca llega.
Cuando en horarios laborales se logra un contacto telefónico las respuestas suelen ser anodinas y carentes de toda posibilidad de solución, como ser ''los ruidos son responsabilidad de la unidad de Gestión Ambiental'' posiblemente una de las mas débiles e intrascendente de todos los gobiernos municipales, y que solo funcionan en horarios laborales.
Y ya no hablemos del vergonzoso estado de constante suciedad de las calles.
Beatriz González de Bosio