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Imaginemos, tal como ocurrió en el cuento infantil, que para evitar una debacle mundial (sea por falta de recursos, por mal administración de los mismos, por el acabose de sustentabilidad medioambiental o por la combinación de estos y el restante de los factores que hacen que trabajemos en mundos por fuera de este) nos instan, es decir nos instamos nosotros mismos, a que todos los ciudadanos que no hayan alcanzado la mayoría de edad (es decir no estén aptos para producir ni habilitados para votar) deban ser abandonados en una suerte de selva, para que solo merezcan estar entre nosotros, aquellos que hayan logrado regresar sin más elementos que su propio arrojo o valor.
Esta suerte de darwinismo impracticable (moral como fáctico, más allá que como humanos hemos forjado campos de concentración y pese a ello replicamos ahora campos de refugiados o de pobres) vendría a ser como una anticipación a lo que les sucediera a los habitantes de Hamelin, en aquel otro cuento antológico acerca del flautista.
En tal relato, para acabar con las ratas, el rey de la comarca contrato a un Flautista para que las eliminara. Como este cumplió con lo suyo, pero no se le pago lo pactado, con el mismo método se llevó a los niños. Nuestros indicadores, sociales, económicos y medioambientales, nos están señalando esto mismo. No hemos cumplido con un trato digno para con las generaciones venideras. Difícilmente las tengamos sí es que de bruces, disruptiva o revolucionariamente no hacemos algo al respecto.
La inexplicable decisión de los padres, o el padre y la madrastra de Hansel y Gretel, el cuento infantil Alemán, tenga como correlato de verdad, la crudeza racional que caracteriza o viene caracterizando a Occidente y su formación filosófica-política-jurídica, bajo los preceptos germánicos, que no casualmente, son los que siguen ordenando (desde sus orígenes Griegos) conceptualmente el mundo que habitamos, pero del que pocas chances tendremos de seguir sosteniéndolo tal como de un tiempo a esta parte.
Francisco Tomás González Cabañas