Augur

Me preocupa nuestro país, nuestra gente, las reacciones y el pensamiento de nuestra gente. La violencia no es la que la mayoría cree nomás: motochorros, asaltos, robos de celulares, etc.

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No son jóvenes drogados, adolescentes embarazadas “gua’u” abusadas; no es el manejo como animales de micros y autos. Creo que nuestro mal es más grave y puede llevarnos lejos hacia días malos. Nuestra población crece, todo crece, el número de autos y motos, el descontrol de los adolescentes y el descontrol de los adultos por parte de la policía. Existe amplia libertad para todo, se puede hacer cualquier cosa y la policía no puede hacer muchas cosas; “estamos en democracia” y los malevos son los que más garantías tienen. Los medios pueden mentir, engañar, sugerir y exagerar, pero casi siempre con un sesgo político contra algo: el Gobierno, el Congreso, los partidos... tienen libertad de prensa. Desde luego, estas “víctimas” suelen merecer críticas, pero todo tiene un límite, y de vez en cuando algo bueno hacen, que hay que señalarlo aunque sea para consolarnos.

Me preocupa que sigamos como seguimos porque reina el desorden anímico y dialéctico: pensamos mal, con violencia, sin espíritu societario, con demasiado egoísmo. Somos difíciles de gobernar porque todos nos creemos al margen de la ley, excepcionales, privilegiados. La famosa corrupción no es una enfermedad que afecta solamente a funcionarios públicos de todos los colores y jerarquías: la corrupción la llevamos –no todos, a Dios gracias– en la sangre y en la nacionalidad, pero nos indigna cuando la ejercen los jerarcas.

Y con estos defectos nomás –son más que suficientes– vamos mal hacia un destino nada luminoso. Hemos tenido más o menos la mitad de nuestra vida independiente bajo dictaduras, desde paternalistas como la de don Carlos A. López, hasta las sanguinarias y bárbaras de Francia y Stroessner. Y no fue un accidente de la historia que las dictaduras fuesen tan frecuentes: fue una respuesta de nuestro sistema inmune social; la alternativa era el caos. ¿Cómo ahora? No, como desde 1989 con cortos periodos de bonanza. No es normal que un país no recuerde bien a un solo mandatario de siete que hemos tenido y no es normal que los magistrados judiciales y los congresistas de la república sean calificados con razón de ladrones y sinvergüenzas por la opinión pública. Ni puede ser normal que movimientos de dudosa vocación democrática alteren la paz pública sin, por el momento, ninguna acción represora que, aunque antipática, nos daría la tranquilidad más o menos inconsciente de saber que hay una autoridad que nos protege un poco.

Carlos J. Ardissone V.

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