Cualquier recurso es válido en el rebusque cotidiano de los muchos venezolanos que migraron a otros países y ahora renuevan sus esperanzas de volver. A muchos entre los más de dos millones de personas que partieron hacia otros países desde 2015, el presidente autoproclamado Juan Guaidó, opuesto a Nicolás Maduro, les ha devuelto la ilusión de que el momento de armar las maletas para regresar esté cerca.
Físicamente distantes pero con el corazón (y en muchos casos, la familia) en su patria, no son pocos lo expatriados que apoyan a Guaidó desde Bogotá, Lima, Quito y otras ciudades de la región. Muchos otros, sin embargo, son escépticos.
Leonel Núñez, de 31 años, llegó a México hace un año. Su ocupación como asesor en campañas políticas se volvió muy difícil ante un gobierno “totalitario”, dice. Cuando llegó a esta nueva ciudad, se dedicó a limpiar baños y a ser mesero.
La urgencia cambió sus prioridades: “Me motivó que mi familia no muriera de hambre, que tuvieran qué comer y cómo vivir”, cuenta Núñez, ahora gerente de un restaurante venezolano. Su actual empleo le permite enviarles a sus padres y tres hermanos, a quienes dejó en Maracaibo (oeste), entre 700 y 800 dólares al mes. Pero aún con dinero, no puede asegurar el bienestar de su familia: “Tengo un hermano diabético insulinodependiente. La insulina en Venezuela ni se consigue, y si lo haces, está por las nubes”, se lamenta, sin perder la esperanza.
“Para mí no hay dos presidentes, para mí hay uno solo y es Guaidó”, dice Núñez, quien asegura que el dirigente opositor les está mostrando a los venezolanos “que vale la pena seguir soñando”.
Cinco venezolanos tocan reguetón sinfónico en una calle de Bogotá, capital del país que recibió a más venezolanos que ningún otro del vecindario. Allí, en el exilio, volvieron a reunirse estos cómplices en la música provenientes de Caripito (noreste de Venezuela), que aspiraban a hacer carrera en el país que dejaron hace unos diez meses.
Uno a uno fueron diciendo adiós a la orquesta sinfónica de Caripito, empacaron su instrumento y migraron. La última en cruzar la frontera fue la chelista Esther García, de 24 años. “Vine aquí por una mejor estabilidad, para ayudar a mi familia, y volvería a Venezuela cuando el gobierno de Maduro caiga, porque tengo un país por el cual luchar”, dice.
Caja, violonchelo, fagot, cuatro y viola recrean melodías populares, como el éxito “Despacito”, en la misma plaza donde cientos de manifestantes se reunieron en apoyo a Guaidó el 23 de enero. “Juan Guaidó es el cambio, aunque creo que no es nada más cambiar un presidente sino cambiar la mentalidad de muchos venezolanos”, afirma Anthony Fuentes, de 25 años, abrazado a su guitarra.
En la capital ecuatoriana, seis meses después de haber dejado Venezuela, Jorvi Olivero también piensa en los suyos. En intervalos, el rojo del semáforo le provee una oportunidad de ingresos al ofrecer golosinas a los automovilistas, o limpiar sus vidrios a cambio de unas monedas. En esa esquina de Quito, este técnico electromecánico de 23 años, que se lanzó a la calle luego de perder su primer trabajo en el nuevo país de residencia, sueña con regresar a Venezuela, donde lo espera su hija recién nacida. “Cualquier presidente que se lance lo vamos a apoyar porque lo que queremos es salir de Maduro, no queremos que Maduro esté más en Venezuela”, dice el joven, que califica de “fraude” al mandatario bolivariano.
“La esperanza que yo tengo con ese presidente Guaidó es que acomode el país y que sea lo más pronto posible”, señala Olivero antes de que la luz del semáforo lo llame a la acción.
En Perú hay más de 650.000 venezolanos. Alexander Taylor, de 25 años y llegado de Maracay (norte), es uno de ellos. A diferencia de otros, se muestra algo escéptico ante la situación en Venezuela.
“La expectativa de Guaidó se parece un poco a la que creó Leopoldo López, hoy detenido. Me da un poco de esperanza Guaidó, pero hasta que el presidente actual no caiga, no me lo creo”, dice. Mientras la economía venezolana siga complicada, este joven devenido empleado de un restaurante de la capital peruana tras abandonar la carrera de ingeniería en sistemas por falta de dinero prefiere seguir enviando remesas a su familia.
En cambio, Miguel Jerónimo, de 22 años y también empleado en gastronomía, no esconde su optimismo y sus ansias de volver “lo más pronto posible”, aunque sabe que eso puede demorar: “Esta vez, por fin, se va a salir de este gobierno, hay una luz al final, por primera vez se hacen las cosas de forma correcta”, opina.
“Se me eriza la piel”, dice Mónica Villarroel, de 23 años, instalada en Buenos Aires desde 2016, cuando la AFP le consulta sobre la situación en Venezuela. “Tengo esperanza. Por una vez hay un movimiento a nivel internacional, antes no era el caso. Podemos sentir que hay un cambio real”, dice, sentada en el Caracas Bar, donde trabaja desde que llegó.
Hace nueve meses, sus padres se mudaron a un departamento que les consiguió en la capital argentina. Pero ninguno se ha desconectado de Venezuela. Según dice Villarroel, Guaidó le inspira “un montón de confianza” para avanzar hacia el cambio político y social que cree necesario en Venezuela. Por mucho que extrañe la playa y los plátanos, respira hondo al pensar en regresar: “Mi mamá se muere por volver. Yo no sé”, confiesa.