El envejecimiento demográfico y la enfermedad han favorecido la aparición de este tipo de hogares, que se han multiplicado por más de diez en el último lustro y en los que se dispensan desde cuidados básicos hasta servicio de enfermería y rehabilitación, explica a Efe Akira Watanabe, el máximo responsable de este centro.
Watanabe, que cumplirá próximamente 50 años, se desempeña también como vicepresidente de la Asociación de hogares para perros ancianos de Japón, fundada un febrero de 2018 con el objetivo de establecer unos estándares en este tipo de instalaciones y darlas a conocer. Actualmente hay 120 centros inscritos en la asociación, frente a los 10 de los que se tenía constancia en 2013.
Tokyo Pet Home lleva operando cinco años y actualmente tiene diez empleados: Watanabe, su esposa Maiko y otras ocho personas que en la actualidad cuidan de nueve perros y 20 gatos. Siempre hay alguien durante 20 horas al día, de cuatro de la madrugada a medianoche. Koro cumplirá 19 años el 3 de marzo.
Eriko Noguchi (28), al frente del centro canino del distrito de Ota (sur de Tokio) le corta con delicadeza las uñas, mientras se adormece en su regazo. Su dueña es una mujer de 81 años que lo crió junto a su marido, fallecido hace 13 años.
Cuando comenzó a sufrir demencia y optó por ir a una residencia, escogió una apta para animales. La situación se complicó cuando Koro empezó a experimentar la misma enfermedad. “Su hija tomó la decisión de separarlos, aunque al principio fuera duro, pero no quiso entregarlo a otra familia por miedo a perder el contacto”, relata Watanabe.
Los dueños pueden ir cuando quieran, lo habitual es una vez al mes, “aunque los recién llegados suelen venir cada día” y reducen la frecuencia cuando se relajan.
Después de Koro es el turno de Jelly, un teckel color crema de 16 años al que la edad ha dejado casi ciego. Se deja mimar y cambiar el pañal, mientra a su alrededor revolotea Koa (11) moviendo con torpeza sus patas traseras debido una lesión de cadera. Noguchi lo ayuda con sus ejercicios de rehabilitación mientras emite ladridos quejumbrosos, sabedor de que le espera la comida.
“A la mayoría de ellos los cuidamos en el momento de su muerte”, dice Watanabe con el rostro compungido. Esta semana fallecieron dos felinos, uno el mismo día de la visita.
Maiko es la responsable de la atención de los gatos, que están en dos locales distintos, uno de ellos la planta baja de su casa. Entre ellos está Mokomoko, de 19 años, que yace en una cama acolchada. Por allí pulula también Bii, un gato atigrado de 15 años, o Luna, una de las más jóvenes, 8 años, que reside allí porque su dueño tuvo que irse a trabajar al extranjero.
Estos hogares, aunque centrados en el cuidado a animales mayores, también operan como hoteles. Estos hogares “todavía no tienen reglas estandarizadas, así que dependiendo del complejo existen distintas infraestructuras y entornos”, explica Kokoro Ogata, presidente de la citada asociación.
El nipón advierte de que hay que ser precavido. “Algunos centros que no tienen espacio para hacer ejercicio ni prestan servicios de enfermería también se autodenominan hogares para perros mayores”.
Es la problemática que genera el vacío legal existente en torno a ellos. Ogata fue pionero en el sector. El centro que dirige, Top, situado en Kumamoto (sudoeste), fue el primero de Japón. Lo abrió en 2008 y ahora quiere “lidiar con los problemas y conseguir que propietarios y mascotas reciban los servicios y cuidados adecuados”.
Las tarifas de estos complejos varían, pero oscilan entre el medio millón de yenes (unos 4.000 euros) que se cobra en Top por un año y varios millones de yenes anuales en centros de lujo o por planes para que se cuide de la mascota hasta su muerte.
“Es posible que muchos piensen que es una tarifa muy alta para un año, pero mantener los cuidados de enfermería con 1.200 yenes (unos 10 euros) al día es muy complicado”, dice Ogata.
Las donaciones, dice, no son una opción. “En Japón, obtener donaciones de forma continuada como en Occidente es muy difícil y administrarlas también”.
A ello se suman las connotaciones negativas que tiene culturalmente el término “gratis” para los japoneses. Estableciendo una tarifa a cambio de los cuidados se quiere prevenir, además, que “más propietarios abandonen a sus mascotas por su propia conveniencia”, argumenta Ogata.