Un fraile enseña a los iraquíes a conservar los tesoros salvados del EI

BAGDAD. Cuando los yihadistas arrasaban Irak hace tres años, logró rescatar un tesoro de antiguos manuscritos religiosos destinado a la hoguera.

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Hoy, lejos de Mosul, el fraile dominico Najeeb Michaeel enseña a sus compatriotas iraquíes a preservar su patrimonio cultural.

“Mi deber es salvar nuestro patrimonio, un tesoro considerable. No se puede salvar un árbol si no se salvan sus raíces y un hombre sin cultura es un hombre muerto”, afirma a la AFP en una entrevista telefónica.

En agosto de 2014, cuando el grupo Estado Islámico (EI) estaba a las puertas de la ciudad cristiana de Qaraqosh, a 30 km de Mosul en el norte de Irak, este dominico apilaba manuscritos, libros del siglo XVI y archivos inéditos y tomaba la carretera del vecino Kurdistán.

Con otros dos religiosos de su congregación, este hombre, que fue primero experto en perforaciones petroleras antes de adoptar a los 24 años la vida religiosa, también transfirió a Erbil el Centro de Digitalización de los Manuscritos Orientales (CNMO).

Creado en 1990, este centro funciona en cooperación con los monjes benedictinos. Encargado de la restauración preventiva, ha digitalizado 8.000 manuscritos caldeos, sirios, armenios y nestorianos encontrados en las iglesias y los pueblos del norte de Irak, dañados por la humedad y el desgaste.

Hoy, explica el padre Michaeel, el CNMO “tiene una decena de empleados, desplazados convertidos en profesionales” que reciben a “investigadores de Francia, de Italia o de Canadá”.

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Todos los aprendices son académicos que perdieron sus empleos al dejar sus hogares. Rápidamente, “se convierten en expertos”.

“Trabajan para el futuro y lo saben, lo hacen de todo corazón”, agrega.

En diciembre de 2017 Irak proclamó haber vencido al EI, que se había apoderado en 2014 de un tercio del país y emprendido una “limpieza cultural”, destruyendo vestigios antiguos y símbolos religiosos, cristianos y musulmanes.

“Ya he formado a cuatro o cinco equipos diferentes”, afirma el padre Michaeel, porque a medida que avanzaban las tropas y retrocedían los yihadistas algunos desplazados regresaron a sus hogares y hubo que volver a empezar con otros. Precavido, el fraile multiplica las copias.

Los originales se devuelven a sus propietarios, unas copias digitalizadas se guardan en el CNMO y otras se archivan en línea. “Por si acaso ocurre algo” otra vez, puntualiza. Y, sobre todo, no hay que “volver a poner en peligro lo que ha sido salvado”.

Hasta 2007 todo se guardaba en el convento y la iglesia de Al Saa (Nuestra Señora de la Hora) en Mosul: 850 manuscritos antiguos en varios idiomas (arameo, árabe, armenio...) y de diferentes corrientes religiosas (yazidi, mandea...) , archivos, correspondencias de varios siglos de antigüedad y 50.000 libros, incluidas obras en latín e italiano del silgo XVI. Esta iglesia, de 1866, debe su nombre al reloj que activaba las campanas cada cuarto de hora en Mosul. Un regalo que la emperatriz María Eugenia, esposa de Napoleón III, había hecho a los dominicos en 1880.

Estos había abierto 25 escuelas en la provincia de Nínive, de la que Mosul es capital, y traído a lomos de dromedarios a través del desierto sirio la primera imprenta del país en 1857. Fue de estas imprentas de donde salieron los libros escolares.

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En Mosul, a partir de 2004, se multiplicaron los ataques contra las iglesias: cinco sacerdotes y un obispo fueron asesinados.

“Yo estaba en la lista de religiosos a abatir”, afirma el padre Michaeel, que toca el órgano y la guitarra eléctrica. En 2007, decide trasladarlo todo a Qaraqosh. Después, gracias a “una premonición”, el 25 de julio de 2014, los dominicos lo llevan todo al Kurdistán, más al norte.

“En cuanto veía a alguien con las manos vacías, le daba tesoros culturales pidiéndole que los llevase a Kurdistán. Lo recuperé todo”, asegura el padre Michaeel.

El 6 de agosto de 2014, ante la proximidad del EI, los habitantes de Qaraqosh huyen también al Kurdistán. En diciembre de 2017, cuando regresó a Mosul para la primera misa de Navidad tras la partida del EI, el dominico solo encontró desolación.

El reloj había desaparecido, el convento había sido transformado en cárcel y centro de tortura, las células eran talleres de fabricación de explosivos. En el lugar del altar, había una horca. Pero el religioso se declara “optimista”.

“La última palabra será para la paz y no la espada”.

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