Trump y la verdad: una historia de desamor

WASHINGTON. Hace tres décadas, Donald Trump decidió que “un poco de hipérbole nunca hace daño”, y desde que llegó a la Casa Blanca ha llevado esa filosofía al extremo, con miles de afirmaciones falsas y acusaciones sin pruebas.

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Con una tormenta en ciernes sobre la costa este de EE.UU., Trump disputó esta semana la cifra de fallecidos en otro huracán, el que arrasó Puerto Rico hace casi un año, y acusó sin pruebas a la oposición demócrata de manipular los cálculos sobre las víctimas mortales de María –casi 3.000– para que él quedara mal.

“Si una persona moría por cualquier razón, como la edad avanzada, simplemente la añadían a la lista”, tuiteó Trump el jueves, en un intento de desacreditar las conclusiones de un informe académico respaldado por las autoridades de Puerto Rico.

No es la primera teoría de la conspiración que promueve Trump, quien ha defendido sin pruebas que hasta 5 millones de personas votaron ilegalmente en las elecciones que él ganó en 2016, y que en 2011 impulsó el falso rumor de que su predecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, no había nacido en Estados Unidos.

Su polémica tesis sobre Puerto Rico coincidió con un sombrío hito: el equipo de verificación de datos del diario The Washington Post informó de que ha contabilizado ya más de 5.000 afirmaciones falsas o engañosas desde que Trump llegó al poder en enero de 2017, lo que supone una media de 8,3 declaraciones de ese tipo al día.

Ese desafío cotidiano a la verdad responde a una estrategia que parece funcionarle con sus seguidores: le permite distraer la atención cuando los titulares le perjudican y concentrarla en su versión de los hechos cuando le conviene, con la ayuda de sus constantes esfuerzos para erosionar la credibilidad de los medios. “Trump aprendió hace años que, para conseguir atención, el grado de espectáculo de una afirmación importa mucho más que su grado de verdad”, dijo a Efe un experto en Gobierno y Cultura Política del centro de estudios Brookings, Jonathan Rauch.

“Mentir prolíficamente le ayuda en muchos objetivos: entretiene a sus fans (lo que le da atención), indigna a sus adversarios (más atención) y confunde al público (más margen de maniobra)”, agregó Rauch.

En muchos casos, Trump parece creer que lo que dice es cierto, o que simplemente es una exageración de la verdad, un concepto del que habló en su libro superventas “The Art of The Deal”.

“La gente quiere creer que algo es lo mejor, lo más grande y lo más espectacular. Yo lo llamo hipérbole verdadera. Es una forma inocente de exageración, y una forma muy eficaz de promoción”, escribió el entonces magnate inmobiliario en su obra de 1987.

“¿Cuándo fue la última vez que viste una señal fuera de una pizzería que anunciara 'la cuarta mejor pizza del mundo?”, insistió en 2015 en otro de sus libros, “Crippled America”.

Gwenda Blair, autora de una biografía sobre Trump, recuerda un ejemplo claro de esa filosofía durante la carrera inmobiliaria del ahora presidente: cuando promocionaba los apartamentos de la Torre Trump en Nueva York hace tres décadas, manipuló las imágenes promocionales para que el rascacielos de al lado pareciera más bajo.

“A menudo, (ese tipo de maniobras) le funcionaban”, aseguró Blair en una entrevista con Efe. Según la biógrafa, esa tendencia de Trump está inspirada en sus tres grandes influencias: su mentor Roy Cohn, un abogado con fama de “abusón” en Nueva York; su padre Fred, “un competidor muy agresivo que instaba a sus hijos a comportarse como 'asesinos”; y un autor de libros de autoayuda, Norman Vincent Peale.

Una cita de ese último escritor impresionó al joven Trump: “Graba de forma indeleble en tu mente una imagen mental de ti mismo con éxito. Aférrate tenazmente a esa imagen. Nunca dejes que se diluya”. “Lo que ha hecho Trump es convertir eso en una arma para (transmitir la idea de) que si él hace las cosas, son exitosas, y si algo va mal, la culpa es de otros. Y creo que cree ciegamente en eso. Se cree sus propias mentiras”, opinó Blair.

La cuestión es por qué esa estrategia le funciona y por qué su “incesante campaña” para desacreditar datos fácilmente demostrables no parece molestar a sus simpatizantes. “Hay un cierto atractivo en la personalidad que proyecta en Twitter, con toda su mezquindad y sus insultos”, reflexionó Blair. “Barack Obama era como un profesor, y él es el niño rebelde de la última fila que lanza escupitajos. Eso atrae”, añadió.

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