Francisco ha dado una lección al mundo al recibir en su avión a tres familias de refugiados sirios, en total doce musulmanes, para que inicien una nueva vida bajo la protección del Vaticano.
Un gesto sin precedentes de solidaridad por parte de un pontífice que se hace cargo de esas familias que han perdido todo y sus casas fueron bombardeadas.
“Es una gota en el mar, pero después de esta gota el mar no será más el mismo”, reconoció el papa ante la prensa durante el vuelo de regreso inspirándose en madre Teresa de Calcuta.
Los refugiados se encontraban en Lesbos antes de la entrada en vigor, el 20 de marzo, de un acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía que permite la expulsión de migrantes. La hospitalidad inicial de los refugiados ha sido garantizada por la Comunidad de San Egidio, organización católica italiana y su manutención estará a cargo del Vaticano.
Dos de las tres familias provienen de Damasco y una de Deir Azor, en la zona ocupada por la organización yihadista Estado Islámico.
El pasado otoño boreal, cuando Europa central empezaba a levantar vallas contra el flujo de migrantes, el papa había pedido a cada parroquia del continente que acogiera a una familia, sin diferenciar entre los que huyen de la violencia y los que escapan de la miseria.
“Son (todos) víctimas de la explotación”, dijo Francisco al explicar en el vuelo de regreso su rechazo a distinguir entre migrantes por hambre y refugiados que huyen de la guerra, como prevé el derecho internacional.
La visita de solo cinco horas a Lesbos, puerta de entrada de los migrantes en Europa, estuvo marcada por muestras de afecto hacia los migrantes y por un firme llamamiento a la solidaridad internacional.
El mensaje papal tropieza con los movimientos xenófobos en pleno auge en Europa, pero también con las reticencias de muchos cristianos frente a la llegada masiva de musulmanes.
“Somos todos migrantes”, clamó Francisco en la oración común con el patriarca de Constantinopla Bartolomé y el arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo.
Los migrantes lo recibieron con pancartas en las que se leía “Help” (ayúdennos), mientras gritaban “¡freedom!” (libertad) y pedían bendiciones llorando.
Los tres recorrieron el centro de registro de Moria, donde están confinados unos 3.000 migrantes que pueden ser expulsados por haber llegado después del 20 de marzo.
“Quiero decirles que no están solos (...) ¡No pierdan la esperanza!”, afirmó el papa. “Esperamos que el mundo preste atención a esta situación de necesidad trágica y desesperada y responda de un modo digno”, dijo.
Un tema que el pontífice volvió a abordar con los periodistas y que divide fuertemente a los europeos. “Yo comprendo cierto temor, pero cerrar las fronteras no resuelve nada”, explicó durante la tradicional rueda de prensa. “La construcción de muros no es una solución (...) Debemos construir puentes, pero puentes inteligentes, con el diálogo y el trabajo”, recalcó.
Francisco, que estrechó cientos de manos, dio bendiciones y recibió varios dibujos de los niños, reconoció que había sido una jornada conmovedora. “Hoy de verdad, daban ganas de llorar”, confesó a los periodistas.
“El mundo será juzgado por la forma en la que les traten”, advirtió por su parte el patriarca de Constantinopla.
Antes de un almuerzo sencillo con un grupo de refugiados, los tres prelados firmaron una declaración en la que piden al mundo que “responda con valentía”.
Los refugiados de Moria viven en condiciones terribles, según las oenegés, desde que Europa endureció las medidas frente al éxodo iniciado en 2015. Un endurecimiento marcado sobre todo por el cierre de la ruta de los Balcanes y el acuerdo entre la UE y Turquía.
No hay que olvidar que los migrantes “antes que números, son personas, rostros, nombres, historias”, insistió el papa en el puerto de Mitilene. El papa recordó a los muertos en la travesía e instó a luchar “firmemente contra la proliferación y el tráfico de armas”.
Tras guardar un minuto de silencio, los tres prelados lanzaron sendas coronas de flores al mar en memoria de las víctimas.
En lo que va de año, 375 migrantes, en su mayoría niños, se ahogaron intentando cruzar el mar Egeo. Otros cientos murieron en 2015. El número de muertes en el mar ha descendido tras la entrada en vigor del acuerdo entre Ankara y la UE, debido a que el número de llegadas a las islas griegas pasó de varios miles diarios a unas decenas.