Pero él está convencido de que será recordado como el mandatario que sacó al país de la recesión económica. Nadie puede negarle a este veterano estratega, de 78 años, su habilidad para sobrevivir en lo más alto de la envenenada política brasileña.
Vicepresidente conservador de Dilma Rousseff, la sustituyó en 2016, cuando la mandataria de izquierda fue destituida por el Congreso bajo la acusación de manipular las cuentas públicas. En un desayuno este mes con corresponsales extranjeros, Temer recordó que, poco después de asumir, alguien le dijo: “Presidente, aproveche su impopularidad y haga todo lo que Brasil necesita”.
“Y así lo hice. Seré recordado como alguien que no se preocupó por el populismo, porque quien se preocupa con el populismo no hace lo que yo hice”, sentenció. Una imagen que tendrá que competir con la de ser el primer presidente brasileño en ejercicio en ser denunciado por un delito común. Y que llegó a batir todos los récords de impopularidad desde el fin de la dictadura militar (1964-85). Una encuesta Ibope de este mes indica que deja el gobierno con un índice de confianza de 7%.
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En junio, Datafolha lo situaba en 3%. Hijo de inmigrantes libaneses, Temer está casado en terceras nupcias con Marcela Tedeschi, una exconcursante de certámenes de belleza 43 años menor que él. Con ella tuvo a su quinto hijo, Michelzinho, de nueve años, muy activo en Youtube, donde suele colgar videos -algunos en tono de humor- protagonizados por él. Con su primera esposa tuvo tres hijas. Más tarde, de la relación con una periodista nació su primer hijo varón.
“Todo lo que Brasil necesita” era, a sus ojos, sanear las cuentas públicas con duros recortes para recuperar la confianza de los inversores, en un país sumido en una grave recesión económica. En su primer año, logró que el Congreso aprobara la congelación de los gastos públicos durante 20 años y una reforma de la ley laboral.
También abrió a la iniciativa privada el sector petrolero. Pero dejó pendiente la reforma del régimen de jubilaciones, considerada como la llave maestra del saneamiento fiscal. El impulso se vio cortado el 17 de mayo de 2017, cuando el diario O Globo divulgó una grabación del directivo del gigante de la alimentación JBS, Joesley Batista, en la que Temer parece avalar un pago de sobornos.
El 26 de junio, el fiscal general Rodrigo Janot lo denunció por corrupción pasiva y el 14 de septiembre lo sindicó como jefe de una “organización criminal" Pero en ambos casos, Temer, curtido desde hace más de tres décadas en el oportunista MDB (centro-derecha) y tres veces presidente de la Cámara de Diputados, puso toda su capacidad de maniobra en la misión de sobrevivir en el cargo. Y lo logró, dado que los diputados denegaron los pedidos del Supremo Tribunal Federal (STF) para investigar las denuncias. La semana pasada, la fiscal general Raquel Dodge (que reemplazó a Janot en 2017), le imputó por corrupción y lavado de dinero por la firma de un decreto que habría beneficiado a algunas empresas del sector portuario.
A partir del 1º de enero, cuando Temer deje de beneficiarse de los fueros políticos, sus casos deben quedar en manos de tribunales de primera instancia, que desde el inicio en 2014 de la Operación Lava Jato (’lavadero de autos’) han tratado las denuncias de corrupción con una celeridad y un rigor poco frecuentes hasta entonces en Brasil. Temer se declara inocente y atribuye las acusaciones a una conspiración que tuvo, entre otras metas, frenar sus reformas.
Y se dice tranquilo, descartando el riesgo de seguir los pasos que llevaron a la cárcel a figuras de primer plano, como el ultraconservador Eduardo Cunha (pieza clave en la destitución de Rousseff) o el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva. El mandatario saliente hasta mostró sentido del humor, al decir esta semana que una vez fuera del poder extrañará los gritos de “Fora Temer” que solían proliferar durante sus apariciones públicas.