TAIPÉI. China continental y Taiwán están gobernados por regímenes rivales desde 1949, tras una guerra civil entre comunistas y los nacionalistas. La isla no es reconocida como país por la ONU, pero se administra de forma autónoma.
Sin embargo, Taiwán, nunca ha declarado su independencia. Y Pekín la considera una de sus provincias sentenciada a regresar bajo su férula.
Las relaciones bilaterales se han degradado desde las elecciones presidenciales de 2016, ganadas por Tsai Ing-wen, salida de un partido tradicionalmente independentista. Así, Pekín ha intensificado sus esfuerzos para aislar la ínsula.
Como corolario, líneas aéreas y grupos hoteleros extranjeros se refieren en sus sitios a Taiwán como parte de China. La isla ha sido excluida de importantes reuniones internacionales a pedido de Pekín, que también ha intensificado sus maniobras militares en sus cercanías.
El presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Ceren, dijo que al optar por Pekín, su país siguió una tendencia “inevitable”, en tanto Taiwán acusa a la China comunista de seducir a sus aliados con dólares.
Sólo 17 Estados reconocen a Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China. Entre ellos: el Vaticano, un país africano, y naciones del Pacífico y América Latina. “Bofetada a Trump”
Desde la llegada de Tsai al poder, la isla ha perdido cinco aliados, tres de ellos este año.
Los Estados que todavía reconocen a Taiwán no pesan en la diplomacia mundial, pero este apoyo cuenta mucho en la búsqueda de su legitimidad por parte de la isla.
“Creo que China calcula que será más fácil si nadie reconoce a Taiwán, retirarle la legitimidad al gobierno de Taipéi y preparar a los desmoralizados taiwaneses y a la comunidad internacional para la unificación”, según Jonathan Sullivan, de la universidad de Nottingham.
Seducir a El Salvador es también un mensaje para Estados Unidos, dice Fan Shih-ping, un politólogo de la universidad Normal Nacional taiwanesa.
“Es indirectamente una bofetada a Trump, porque El Salvador está a las puertas de Estados Unidos”, destaca.
Estados Unidos es el mayor aliado oficioso de la isla y su principal proveedor de armas, aunque Washington optó en 1979 por establecer relaciones diplomáticas con Pekín.
China protestó la semana pasada porque Tsai pronunció un discurso en Los Angeles, en una escala en Estados Unidos camino a América Latina.
Donald Trump, que ha provocado la ira de Pekín tras su elección a finales de 2016 al aceptar una llamada telefónica de Tsai Ing-wen, aprobando este año la “Taiwan Travel Act” y alentando a los funcionarios estadounidenses a visitar Taiwán y entrevistarse con sus homólogos. “David contra Goliat”
Durante décadas, Taipéi fue considerada representante oficial de China, hasta que la ONU se inclinó por Pekín en 1971. Para Taiwan fue el comienzo de una lenta hemorragia diplomática.
La isla está paralizada por su propia Constitución, que la define como República de China, no como una entidad separada.
China Popular siempre ha advertido que responderá con la fuerza ante una declaración de independencia, que probablemente tampoco Washington respaldaría.
Tsai puede decir que su isla no cederá a las presiones de Pekín, pero delinea un combate que se parece cada vez más al de David contra Goliat.
El presidente chino, Xi Jinping, cree que Pekín puede utilizar su influencia para lograr la reunificación, dijo Huang Kwei-bo, de la universidad Nacional de Chengchi, en Taiwán.
Pero Pekín “desconoce los intereses de Taiwán y decide unilateralmente lo que hace, algo preocupante porque significa que ya no tiene voluntad de diálogo”, señaló Huang.
Además, cortó todos los contactos oficiales con Taiwán tras la llegada de Tsai a la presidencia.