El Cerrado es el segundo mayor bioma de Brasil después de la Amazonía, con dos millones de km2, algo más que la superficie de México.
La deforestación del Cerrado en general se redujo entre 2001 y 2018 en cerca del 77%, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), y el Ministerio de Medio Ambiente indicó en diciembre que la tala de la sabana entre agosto de 2017 y julio de 2018 fue de 6.657 km², su nivel histórico más bajo.
Pero según el sistema del INPE que detecta la deforestación en tiempo real, el bioma perdió al menos 7.697,6 km2 de vegetación en los últimos 12 meses.
En los últimos cinco años, la destrucción del Cerrado fue más intensa que en la selva: la sabana perdió 56.300 km², mientras que la Amazonía -dos veces más grande- unos 35.800 km² y conserva el 80% de su vegetación originaria. Estos niveles de deforestación se explican sobre todo por el fuerte avance de la agricultura en el Cerrado, en particular en la región llamada Matopiba, el último “dorado” agrícola de Brasil.
En esta zona casi tan grande como Chile se desarrolló, entre 2007 y 2014, cerca de dos tercios de la expansión de las actividades agrícolas, en detrimento de la sabana y de sus plantas nativas, reveló un informe de Greenpeace. Según la organización, unos 486.000 km² del Cerrado, es decir casi una cuarta parte del bioma, fue transformado en áreas para pastar ganado en 2017.
Si la Amazonía fue “relativamente protegida” de la expansión de la soja gracias a una moratoria negociada en 2006 entre ONG, empresas y las autoridades brasileñas, los cultivos de la oleaginosa se expandieron en el Cerrado.
Los campos de soja alcanzaron los 170.700 km² en 2017, más del doble de lo registrado en 2001. Por otro lado, el Código Forestal de Brasil de 2012 obliga por ley a los propietarios agrícolas en la Amazonía a conservar el 80% de la vegetación nativa, una preservación que cae al 20% en el Cerrado.
En abril, el senador Flavio Bolsonaro, hijo del presidente Jair Bolsonaro, presentó un proyecto de ley que busca eliminar esa obligación legal a preservar el territorio, al igual que el desmantelamiento de las agencias gubernamentales responsables de la preservación de biomas.
La perspectiva despierta temores de los defensores del medio ambiente de que haya un repunte de la deforestación. La destrucción del Cerrado, cuna de ocho de las 12 cuencas de Brasil y del 80% de la biomasa subterránea, podría tener un gran impacto en los recursos hídricos y el cambio climático, según Greenpeace.