Pero incluso más aterrador que las filmaciones de las cámaras de seguridad resulta que los principales sospechosos de esta masacre sean policías. Las víctimas en el bar, un sitio modesto con una mesa de pool y sillas de plástico, figuran entre las 18 personas asesinadas el jueves pasado en varios lugares de la periferia de la mayor ciudad de Brasil en el lapso de un par de horas.
Y son solo parte de un saldo mucho mayor en el lado oscuro de un país que preferiría ser conocido por su poderío industrial, la selva amazónica, los carnavales y como el anfitrión de los Juegos Olímpicos del año próximo. El lunes pasado, a 550 km de Sao Paulo, en la ciudad de Uberlandia, cinco personas -incluida una mujer- murieron tras recibir disparos de balas calibre .380. Y a más de 1.000 km de Sao Paulo, en julio, 37 personas fueron asesinadas en un solo fin de semana en Manaos, la capital de la Amazonia y una de las sedes de la Copa del Mundo de fútbol el año pasado.
En cada uno de estos casos -y en muchos otros que recibieron menos atención de los medios- la Policía fue la principal sospechosa. ¿Su supuesta motivación? Venganza. Un guardia de seguridad y un oficial de policía acababan de ser asesinados en Sao Paulo. En Uberlandia, un guardia carcelario fue asesinado cuando regresaba a su casa el día antes de la masacre. En Manaos, un sargento de la Policía había sido asesinado cuando salía de un banco.
“Estos casos son bastante frecuentes”, dijo Rafael Alcadipani da Silveira, experto en temas policiales e integrante del Foro Brasileño de Seguridad Pública. Alcadipani explicó que en Brasil la Policía hace muchas veces justicia por mano propia, porque siente que el Estado les ha fallado, especialmente en los casos de asesinados de oficiales que están desprotegidos fuera de su horario de trabajo.
“Lo que sucede es que si matan a tu amigo y no pasa nada, tomas las cosas con tus propias manos y vengas la muerte de tu amigo”, dijo. Las estadísticas de crímenes en Brasil son muchas veces incompletas y no son confiables. Alcadipani señaló que la estimación oficial de 500 policías asesinados por año no llega ni siquiera a la mitad del número verdadero.
Un 75% de esos asesinatos concernió a oficiales que no estaban en horario de trabajo, según el último anuario de seguridad pública de Brasil. Alcadipani dijo que un 80% de los policías ha tenido un colega cercano que ha sido asesinado, mientras un 52% asegura que no gana lo suficiente como para sustentar a su familia. El salario de los policías civiles, por ejemplo, es de solo 865 dólares por mes.
Una parte significativa de la sociedad brasileña parece tolerar la violación de las normas del Estado de derecho cuando se trata de sospechosos de cometer crímenes. Incluso la justicia de ’vigilantes’ aplicada por ciudadanos de a pie recibe comentarios comprensivos en las redes sociales y hasta en canales de TV abierta.
Fotografías de linchamientos de supuestos delincuentes -incluido uno reciente en el cual un joven fue atado a un poste y golpeado hasta la muerte en Sao Luiz de Maranhao, en el noreste del país- aparecen regularmente en los periódicos sin que haya una ola de indignación. “En un país que sufre de violencia endémica, la actitud de los vengadores es hasta comprensible”, dijo una presentadora de la cadena de televisión Band News, al referirse a un adolescente sospechoso de cometer un delito, que fue atado a un poste con un candado de bicicleta en el cuello y agredido.
A pesar de las fuertes sospechas de que la policía está detrás de las tres matanzas recientes, pocos esperan que haya sentencias a corto plazo. Inclusive en Manaos, los jefes de Policía locales permanecen en sus cargos y la investigación, que ya lleva un mes, ha avanzado muy poco. En Sao Paulo, las autoridades iniciaron rápidamente una investigación y anunciaron que al menos 10 personas fueron responsables de la masacre, con policías como principales sospechosos. Sin embargo, los analistas señalan que pocas veces un policía termina en la cárcel.
Camila Dias, experta en violencia de la Universidad de Sao Paulo, dijo que hay “escuadrones de la muerte” que operan casi con impunidad. “Prácticamente todas las matanzas que ocurren en Sao Paulo tienen participación de policías militares. La dinámica de las ejecuciones, el uso de máscaras, el horario, el gran número de víctimas, todo eso indica un patrón que se repite”, comentó Dias a la AFP. “Lamentablemente, muchas veces se constata la participación de policías, pero no siempre se logra demostrarlo judicialmente”, finalizó.