El pequeño salón de belleza de Samira, en el barrio de Ben Ashur, ubicado en el corazón de la capital, no está vacío.
Como es habitual, esta tunecina, que se instaló en Libia hace varios años, prepara su paleta de sombras de ojos y pinceles para realizar una prueba de maquillaje a una futura novia.
“Cada semana, tenemos al menos tres o cuatro novias, sin contar docenas de clientes invitadas a bodas o fiestas, que vienen a hacerse tratamientos de belleza, peluquería o maquillaje”, explica.
Sin embargo, la atmósfera continúa tensa desde hace dos semanas a causa de los combates en los suburbios del sur, a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad.
Las fuerzas del Ejército Nacional Libio (ENL), autoproclamado por el mariscal Jalifa Haftar, que lanzaron una ofensiva militar el 4 de abril, enfrentan a las leales al Gobierno de Unidad Nacional (GNA), de Fayez al Sarraj, reconocido por la comunidad internacional.
El GNA anunció haber lanzado una contraofensiva el sábado.
La obsesión de una nueva guerra civil luego de ocho años de inestabilidad política y crisis económica, está en la mente de todos.
No obstante, el sonido de las bocinas de los vehículos en los embotellamientos producidos en el paseo marítimo y en la calle principal de Gargaresh, aún logran silenciar al de los cohetes.
Los tripolitanos continúan trabajando, mandan a sus hijos a la escuela -aunque están preparados para un posible cierre si la situación degenera-, y, cuando pueden, disfrutan de unas horas de ocio o breves paréntesis de evasión.
“Libia no es sólo las imágenes transmitidas por los medios de comunicación, con tanques, milicianos blandiendo sus armas y edificios en ruinas” , subraya a la AFP la maestra Mariam Abdalá. “Todavía se organizan bodas, ferias escolares, encuentros deportivos...”.
En el paseo marítimo las terrazas de los cafés están repletas, sobre todo al atardecer.
Es posible contar con wifi abonando una módica suma, algo que atrae a jóvenes profesionales y estudiantes.
“Éste es uno de los escasos pasatiempos que tenemos: no hay cines, teatros o conciertos como en otros sitios, los cafés y restaurantes son los mejores lugares para reunirse y pasar un buen rato”, señala Isam, camarero de un café.
Desde el comienzo de la ofensiva, los combates han dejado al menos 264 muertos y más de 1.200 heridos, dijo el martes la agencia de la ONU, la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El conflicto también ha desplazado a al menos 35.000 personas.
Sin embargo, las cifras de desplazados internos no consideran a aquellos que huyeron de los combates y se refugiaron en casa de familiares, por lo que no están registrados por las organizaciones internacionales.
“Mi hija, mi yerno y sus hijos se han refugiado en casa y la familia ha vuelto a crecer”, comenta Faiza.
Acompañada por su esposo, en tanto sus nietos corren por los pasillos de una tienda especializada en venta de vajilla, esta cincuentona compara precios de tazones con dibujos de flores.
“Nos gusta tener cosas nuevas en nuestras cocinas. Aviva la creatividad puesto que debes contar con diferentes ideas de menú para un mes”, subraya.
Los tripolitanos frecuentan las tiendas para aprovisionarse de cara al Ramadán, mes de ayuno sagrado musulmán, que comienza en los primeros días de mayo.
“Sabemos que se acerca el mes del Ramadán porque estalla la guerra (...) ¡como todos los años!”, dice con ironía Saleh, un veinteañero.
Su padre, un cincuentón que regenta una pequeña tienda de comestibles en el barrio de Gargaresh, no está para bromas. Pesimista, una vez más espera ver al país sumirse en la guerra.
Para él, “la situación sólo puede resolverse con sangre y violencia (...) Es demasiado tarde para hablar de un acuerdo político”, se lamenta.
El enviado de la ONU para Libia, Ghassan Salamé, advirtió la semana pasada sobre la posibilidad de un “conflicto generalizado” en todo el país tras el lanzamiento de la ofensiva en Trípoli.