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El Pontífice, en su prédica desde el balcón vaticano, arrojó luz sobre la parábola del viñador invitando a no tener la actitud de los viñadores, sino a servir a los demás rechazando así la arrogancia y recordó que “lo que nos hace cristianos es el amor de Dios”.
“Hay un solo impedimento frente a la voluntad tenaz y tierna de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, que se convierte a veces en violencia”, aseveró el Pontífice.
La liturgia elegida para este domingo propone la parábola de los labradores, a quienes el propietario arrienda la viña que había plantado y luego se va. (cf. Mt 21.33 a 43). De este modo es puesta a la prueba la lealtad de esos labradores: la viña está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar la cosecha al dueño, detalló el Papa. “Los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples gestores, sino propietarios, y rechazan entregar lo que han recogido”, explicó.
Además, “maltratan a los siervos, hasta el punto de asesinarlos. El dueño se muestra paciente con ellos: manda otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo” y al final “decide enviar a su propio hijo”, pero los viñadores “lo asesinan también a él”.
“Es una historia que habla de la alianza que Dios ha querido establecer con la humanidad y a la cual nos ha llamado también a nosotros a participar”, amplió Francisco. La historia “conoce sus momentos positivos, pero está marcada también por traiciones y rechazos”, indicó.
Frente a la actitud de los viñadores están los cristianos y “un Dios que, aunque decepcionado por nuestros errores y pecados, no falla a su palabra, no se detiene y sobre todo no se venga”, subrayó el papa argentino.
“A través de las ’piedras de descarte’, a través de situaciones de debilidad y de pecado, Dios continúa poniendo en circulación el ’vino nuevo’ de su viña, es decir, la misericordia”, amplió con una nueva parábola.
El Pontífice destacó la “urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a ser su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en el cristianismo”.
Y “no es tanto la suma de preceptos y de normas morales, sino antes que nada una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús, ha hecho y continúa haciendo a la humanidad”.
“Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada puede ser salvaje y producir uva salvaje. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros para sacudirnos mutuamente y animarnos, para recordarnos el deber de ser una viña del Señor en cada ambiente, también en los más alejados e incómodos”, deslizó Francisco.