Es sábado en Times Square. Una multitud de diversas nacionalidades se pasea por esta plaza, una de las más famosas del mundo, rodeada de rascacielos con gigantescos carteles de neón.
Cuatro automóviles policiales están estacionados en el medio y los islotes reservados a los peatones están rodeados de postes para bloquear a cualquier vehículo que quiera estrellarse contra la multitud. “No me gusta venir a este tipo de lugares”, explica Sue García, una fisioterapeuta de Brooklyn. “O a cualquier lugar donde haya habido incidentes repetidos. El miedo reaparece”.
García, hoy de 33 años, estaba en el liceo, en Brooklyn, cuando los aviones se estrellaron contra las torres. Los vio incendiarse y luego colapsar, y al suspenderse todo el transporte en la ciudad, caminó hasta su casa ese día, como cientos de miles de neoyorquinos.“Estaba ahí, ví lo que sucedió y lo reveo una y otra vez”, dice.
No puede dejar de pensar en ello cada vez que escucha una mención al tema en la televisión, “y cada vez que escucho un avión zumbar por encima de mi cabeza”, dice. O esperando a su hermana en Times Square, “el cruce del mundo”, que parece el blanco ideal por encarnar la efervescencia de Nueva York.
En dos oportunidades estos últimos años Times Square se aproximó a la catástrofe. En mayo de 2010, la policía encontró un coche repleto de explosivos colocado allí para provocar una carnicería.
El 18 de mayo pasado, un ex militar estadounidense con problemas mentales atropelló con su coche a 23 peatones y mató a una joven turista estadounidense.
Diecieséis años después del 11 de septiembre, las crisis de angustia como la de García ya forman parte de la personalidad de los neoyorquinos. Para quienes perdieron a un familiar o un amigo en la catástrofe, o quienes escaparon de ella por poco, la fecha aniversario puede ser “la más temida” del calendario y el síndrome post-traumático puede persistir por siempre, explica Charles Strozier, psicoanalista y autor de un libro de testimonios sobre el 11 de septiembre de 2001.
Para los otros, dice, tras el “traumatismo colectivo” provocado por este atentado “de dimensión apocalíptica”, permanece ante todo un “sentimiento de vulnerabilidad” .
“Decir que los neoyorquinos están todavía traumatizados sería exagerado, pero piensan sobre ello (...). Tienen miedos activos que se sitúan por debajo del umbral de conciencia, como el miedo de una bomba en el metro” , explica este profesor, que observó la caída de las torres desde su consultorio, en un piso alto de una torre de Union Square.
Muchos están convencidos de que, aunque los atentados más recientes han tenido como blanco a Europa, la densidad poblacional de Nueva York torna a la ciudad en el blanco número uno.
“¿Qué mejor blanco que Nueva York?”, se pregunta Tim Lambert, que trabaja, como en 2001, en el extremo sur de Manhattan, cerca del símbolo de la potencia estadounidense que era el World Trade Center. La ciudad es “un imán para personas del mundo entero. Simboliza las libertades que tenemos, el dinero que tenemos”.
Para este experto en informática, ese riesgo permanente y el impresionante despliegue policial que lo acompaña son ahora parte integrante del ambiente. “Me hace sentir incómodo pero es la nueva norma. El mundo cambia y la amenaza terrorista forma parte de estos cambios”, dice.
Las autoridades de la ciudad de 8,5 millones de habitantes también parecen vivir bajo el temor de un nuevo ataque. “Gracias a Dios no es un acto de terrorismo, sino un incidente aislado”, dijo a fines de junio el alcalde Bill de Blasio, cuando un exempleado de un hospital de Bronx entró al lugar, mató a una persona e hirió a otras seis.
Las cámaras de vigilancia están por todos lados. La consigna “si ven algo, digan algo” es recordada en todo momento. Hay policías uniformados en todos los lugares públicos. Nueva York, con sus 38.000 agentes, invierte en su propia seguridad.
La ciudad se dotó desde 2001 de su propia unidad antiterrorista, que hoy cuenta con unos 2.000 integrantes y con emisarios en varias capitales extranjeras, según Robert Strang, presidente del Investigative Management Group, una empresa de seguridad neoyorquina.
Y han existido abusos. Por ejemplo, durante un tiempo, la policía vigiló de manera sistemática a todas las personas que frecuentaban las mezquitas de la ciudad. Pero la inteligencia es esencial y de manera general, “el trabajo de la policía es un éxito”, opina Strang.
La capital financiera estadounidense también quiere ser un modelo en el homenaje a las víctimas. Tras cada atentado en Europa, las autoridades transmiten condolencias y ofrecen ayuda, mientras el edificio Empire State se enciende en símbolo de duelo.
Testigo del impacto de los atentados del 11 de septiembre, difundidos en directo en el mundo entero, el imponente memorial a las víctimas con sus dos enormes fuentes negras construidas donde se alzaban las Torres Gemelas y su museo se han convertido en un centro de congoja internacional.
Monique Mol, una turista holandesa de 52 años, vino hasta aquí a reflexionar. “Es un poco un memorial a las víctimas de atentados del mundo entero”, señala. “Como si las víctimas viviesen aquí para siempre, como las momias en las pirámides de Egipto”.