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Sin embargo, Francia está llena de decenas de miles de hermosos monumentos históricos que representan una carga financiera, entre ellos otras 86 catedrales que están en riesgo.
Un inventario así hace del incendio en Notre Dame –sin duda una catástrofe única– también un evento que podría repetirse a pequeña o gran escala en todo un país con un legado deslumbrante que ha demostrado estar fuera de las posibilidades de la manutención del Estado.
La lista de desastres o casi desastres causados por incendios en los monumentos históricos del país en los últimos veinticinco años es larga e incluye de manera notoria a las llamas que en 1994 envolvieron al edificio del parlamento del siglo XVII en Bretaña.
“Estamos conservando nuestro legado de una manera mínima”, dijo Alexandre Gady, un importante historiador del arte en la Sorbona. “Simplemente no hay dinero suficiente”.
Ante este gran tesoro de monumentos, el Estado francés básicamente se ha rendido y esperado lo mejor.
Gasta aproximadamente 360 millones de dólares al año en estos monumentos históricos, conocidos en Francia como el patrimonio, apenas una décima parte del presupuesto del Ministerio de Cultura, que disminuyó un 15 por ciento entre 2010 y 2018.
El presupuesto aumentó de nuevo en 2019, aproximadamente a los niveles anteriores, gracias a una inversión especial para un castillo renacentista en el que se interesó el presidente Emmanuel Macron: Villers-Cotterêts, que estaba en ruinas.
Entre 20 y 30 millones de dólares del presupuesto destinado a monumentos se ocupa en las catedrales, una insignificante suma de 260.000 a 400.000 dólares cada una. Aproximadamente la mitad del dinero se destina a los gobiernos locales para que lo gasten en sus edificios, que son alrededor de la mitad del total.
La mayoría del resto del dinero está en manos privadas, y los propietarios obtienen sustanciosos incentivos fiscales si realizan obras de restauración. Solo cerca del cuatro por ciento de los edificios son propiedad directa del Estado, como Notre Dame.
El resultado es mixto en el mejor de los casos. Todos los turistas en Francia han conocido la iglesia de algún pueblito con atractivos murales del siglo XIV, inaccesible porque no hay dinero para contratar a alguien que los vigile. O la iglesia que se encuentra peligrosamente abierta y totalmente desierta, lo que deja sus tesoros invaluables expuestos a todo el mundo.
La situación del financiamiento para los monumentos ha sido tan desesperada que el año pasado el gobierno de Macron lanzó un juego de lotería de rascar y jugar para recaudar dinero, bajo el auspicio de una personalidad de la televisión, Stéphane Bern, cuyo programa sobre historia ha hecho mucho para concientizar al país sobre el legado de sus monumentos.
Bern, que ha sido el asesor de Macron en materia de monumentos históricos, recaudó casi 50 millones de dólares el año pasado para proteger decenas de lugares identificados entre los más de dos mil que se consideran en grave peligro.
“He estado luchando durante años para decir que debemos proteger este legado”, dijo Bern en una entrevista. “Todo depende de los seres humanos, y es una situación muy frágil”.
En un artículo de opinión publicado en Le Monde este año, Bern escribió: “En todo el mundo, los gobiernos locales no cuentan con el presupuesto para mantener o restaurar las iglesias de las aldeas que están bajo su control”.
Francia no tiene la tradición de donaciones privadas que existe en Estados Unidos. Sin embargo, eso quizá cambie como resultado del desastre de Notre Dame.
En menos de una semana casi mil millones de dólares se han recaudado para la catedral, de acuerdo con Guillaume Poitrinal de la Fondation du Patrimoine, una beneficencia que coordina donaciones para los edificios históricos de Francia.
Antes del incendio del 15 de abril, el presupuesto para la restauración de Notre Dame, casi con seguridad demasiado bajo, era de 170 millones de dólares, y no estaba fácilmente disponible. Las gárgolas derruidas y las balaustradas rotas eran las prioridades de las que mucho se hablaba, no un sistema moderno de detección de humo.
Con pocos recursos y ayuda limitada por parte del Ministerio de Cultura, que se encarga de Notre Dame y otras catedrales, el déficit de financiación del legado en piedra de Francia era un secreto a voces.
“El relator especial está consciente de que los fondos dedicados a los edificios históricos no nos permiten velar por la conservación y la promoción de estos edificios”, declaró un informe del parlamento de Francia a finales del año pasado.
No es que a los franceses no les importe.
¿En qué otro lugar el gobierno abre cada año durante días las puertas de edificios normalmente cerrados al público en un ritual llamado los Journées du Patrimoine (Días del Patrimonio)?
¿Y dónde más los ciudadanos esperan formados pacientemente en filas que pueden extenderse alrededor de la cuadra para rendir homenaje a un palacio magnífico del siglo XVIII, por ejemplo, que alberga a una agencia desconocida?
“Estamos en un país donde la gente siente una cercanía extrema con su legado”, dijo Alain de la Bretesche, presidente de la Fédération Patrimoine Environnement.
“Puedes verlo en los Journées de Patrimoine”, dijo de la Bretesche. “Muchas personas están dispuestas a pagar”.
“El problema es que el Estado no tiene los medios para financiar sus políticas”, agregó.
El problema es que el gobierno, que enfrenta exigencias rivales para obtener dinero, ha cambiado sus prioridades durante los últimos cincuenta años.
Durante el gobierno de Charles de Gaulle, por ejemplo, casi un tercio del presupuesto del Ministerio de Cultura se dedicó a los monumentos históricos del país, un porcentaje ahora dividido en tres.
“Los fondos me parecen insuficientes”, dijo Maryvonne de Saint-Pulgent, quien estuvo a cargo de los monumentos históricos franceses en la década de los noventa.
“El Estado se ve obligado a dividir su dinero entre los edificios que tiene y los que les pertenecen a las ciudades”, comentó. “Y la lista sigue creciendo”.