Menonitas aislados en México se debaten entre tradición y modernidad

SABINAL. El desierto del norte de México parecía perfecto para los menonitas cuando llegaron hace 26 años: un lugar donde no había luz eléctrica, televisión ni automóviles.

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Pero, paulatinamente, la modernidad llegó con la electricidad a desafiar a esta comunidad profundamente tradicional. Tras largos caminos de tierra entre montañas, cerros y pastizales de Chihuahua, a unos 230 kilómetros de Ciudad Juárez (fronteriza con Estados Unidos), aparece Sabinal, una comunidad de 10.000 hectáreas habitada por unos 1.500 menonitas de piel blanca, cabello rubio y ojos claros.

Dedicada a la agricultura, la fabricación de queso y la ganadería, esta comunidad religiosa se escindió entre los que quieren quedarse en Sabinal y los que quieren amarrar los caballos a sus carretas, cargar sus pertenencias y mudarse a otro lugar aún más aislado.

“Ya entró la luz y ya se van a ir, no quieren luz, puros caballos. (La luz) es pecado, eso dicen”, cuenta el menonita Enrique Friesen, de 37 años, quien decidió quedarse con su esposa y sus ocho hijos en Sabinal, donde abastecen su hogar con la energía de baterías de vehículos.

Los menonitas que quieren permanecer son la mayoría y, además de la electricidad, están a favor del uso de llantas de hule -hasta ahora prohibidas- para tractores agrícolas y sistemas de riego, pues en la actualidad dependen de una red de pozos. La climatización es necesaria para algunos en un desierto cuyas temperaturas extremas van de los 42°C a los -12°C, mientras los adolescentes pujan por adoptar también la televisión, el internet y los celulares.

Los que se quieren ir son menos del 30%. Tomarán rumbo hacia Campeche, en el sureste mexicano, donde encontraron otro sitio lejos de la civilización. “Lo que quieren es conservar la religión, no quieren cambiar, quieren quedarse como antes”, explica Isaac Redecop, encargado de la tienda y quesería de Sabinal, quien también optó por quedarse.

Otras comunidades menonitas en el mundo “ya cambiaron, ya agarraron muebles (vehículos automotores), y aquí todavía estamos con carretas de caballo. Aquí vivimos tranquilos, yo veo que estamos más tranquilos que ellos” , dijo.

Grandes sembradíos separan las casas adornadas de girasoles gigantes junto a granjas de gallinas, pollos y vacas. Los niños juegan y corren a esconderse gritando a sus padres cuando ven a algún extraño.

Los orígenes menonitas provienen de Alemania y Holanda, pero a través de los siglos han migrado a lugares como Rusia, Canadá, México y Centroamérica. Guiado por sus líderes religiosos, en 1992 un grupo de hombres vestidos con overoles de mezclilla y gorras y mujeres de coloridos vestidos largos y sombreros amarrados con listones al cuello llegó hasta Sabinal desde el norteño estado de Zacatecas, donde ya no había tierra suficiente para permitir abastecerse a toda la comunidad menonita.

La mayoría de los varones se dedica a la agricultura de algodón, chile, sorgo, calabaza y cebolla, por lo que tienen más contacto con los mexicanos y hablan un poco de español. Las mujeres se encargan de la casa, el cuidado de sus hijos y hablan en bajo alemán, un conjunto de variedades lingüísticas germánicas.

El pueblo también tiene una sociedad de queso menonita, cuya producción diaria es de una tonelada y media y de gran popularidad en la región. “Es la única quesería sin químicos, los clientes no quieren químicos. En otras partes le agregan mucha manteca, leche en polvo... y este queso es pura leche”, aseguró Redecop.

Sabinal tiene además un comercio de alimento para animales, un doctor menonita, una farmacia, una gasolinera, una llantera y una ferretería. Pero los domingos todo está cerrado.

Para los menonitas, el domingo es un día diferente. Cuando sale el sol todos van en sus carretas a la iglesia, donde estudian la Biblia de dos a tres horas. Luego, padres y niños descansan en sus casas y por las tardes se reúnen con los amigos y familias para platicar.

Los jóvenes en cambio se juntan a lo largo de los campos, para comer semillas de girasol y a veces, a escondidas, tomar bebidas alcohólicas y escuchar la música de Enrique Iglesias, Francisco Gómez o los reguetoneros Wisin y Yandel en altavoces clandestinas.

Han conocido a estos artistas gracias a los mexicanos con los que trabajan en las siembras, que vienen de un ejido ubicado a unos 15 kilómetros.

Con familias que tienen hasta 17 hijos, Sabinal está mayoritariamente habitado por menores. Para aprender a escribir, hacer cuentas, estudiar la Biblia, la historia menonita y el bajo alemán, las niñas van a la escuela durante seis años y los varones durante siete, en ciclos de seis meses de clase por otros seis de vacaciones. Para aprender a manejar, los jóvenes convencen a los visitantes foráneos que les enseñen.

“Dicen que (la electricidad) es mala, dicen que se hacen cosas malas con la televisión, pero yo creo que no todo es malo en la televisión. Y con las llantas de hule, dicen que solo van al ejido para comprar un pisto (bebidas alcohólicas)”, cuenta sobre sus correligionarios más radicales Jacobo, un joven de 19 años cuya familia pretende quedarse en Sabinal. “Pero eso no es culpa de las llantas, es culpa de la gente”.

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