“Estoy muy feliz. Aún no puedo llegar a creer que estoy aquí”, declaró Malala, muy emocionada, en un discurso pronunciado en la residencia del primer ministro Shahid Khaqan Abbasi en Islamabad, horas después de su llegada, que sorprendió al país.
“En estos últimos cinco años siempre he soñado con poder retornar a mi país”, dijo la joven, de 20 años. “Estamos realmente encantados que nuestra joven, que tanto ha hecho por el nombre de Pakistán, esté de vuelta a casa” declaró por su lado Abbasi. “Todo el mundo le ha expresado su respeto, y aquí también es merecedora de un respeto absoluto”.
La joven pasó por el aeropuerto internacional de Islamabad con una importante escolta policial, según fotos difundidas por la televisión local. Se ignora si Malala prevé viajar a su distrito natal de Shangla, o a la ciudad de Mingora, donde se produjo el atentado, ambos situados en el valle de Swat (noroeste).
La activista sobrevivió en 2012 a un intento de asesinato por parte de talibanes paquistaníes cuando regresaba a su casa después de la escuela. Tras haber sido operada en Inglaterra, donde reside desde entonces, se convirtió en una defensora del derecho a la educación para los niños.
Malala recibió el Nobel de la Paz en 2014, junto con el indio Kailash Satyarthi, por su trabajo a favor de la educación infantil. Después de vivir con su familia en Birmingham, en el centro de Inglaterra, donde estudió en una escuela para chicas, entró en la universidad de Oxford donde cursa economía, filosofía y ciencias políticas.
La premio Nobel se granjeó enseguida la enemistad de los círculos islamistas radicales de su país, que se oponen a la emancipación de las mujeres. Pero también suscitó recelos entre una parte de la clase media paquistaní, que está a favor del derecho a la educación, pero que no soporta que se empañe la imagen de Pakistán y se muestran escépticos respecto a la lucha contra los islamistas armados, que consideran inspirada por Estados Unidos. Muchos de sus compatriotas celebraron sin embargo en Twitter su llegada a Pakistán. “Bienvenida #MalalaYousafzai, la valiente y resistente hija de Pakistán, de regreso a su país”, escribió el político Syed Ali Raza Abidi.
Un famoso periodista local, Hamid Mir, pidió moderación a los comentaristas y políticos opositores en sus comentarios sobre la visita de la joven. “Los medios internacionales siguen de muy cerca su regreso y (el uso de un lenguaje inadecuado) empañará la imagen de Pakistán”, dijo.
Malala comenzó su combate en 2007, cuando los talibanes imponían su ley en el valle de Swat, antaño una apacible región turística situada en las estribaciones del Himalaya. Su padre, director de escuela, tuvo una gran influencia sobre la chica, cuya madre es analfabeta.
Con apenas 11 años de edad, escribía en un blog en el sitio web de la BBC en urdu, la lengua nacional de Pakistán. Bajo el seudónimo de Gul Makai, describía el clima de miedo que imperaba en su valle. El nombre de esa chica llena de sangre fría, amante de los libros y del saber, empezó a circular primero en Swat y luego en el resto del país, cuando ganó un premio nacional por la paz.
El 9 de octubre de 2012, yihadistas del TTP (talibanes paquistaníes) irrumpieron en el autobús escolar de Malala después de las clases. Uno de ellos preguntó quién era Malala antes de pegarle un tiro en la cabeza. La adolescente fue evacuada entre la vida y la muerte a un hospital de Birmingham, donde recuperó el conocimiento días después.
La militante, que se convirtió desde entonces en un icono mundial de la lucha contra el extremismo, no había renunciado nunca a regresar a su país pese a las amenazas.