Las corridas, “ritual” para unos y “arte de matar” para otros

MADRID. Cuando el toro se desploma ante el matador, el silencio invade la plaza de Madrid. Su director, Simon Casas, como buen aficionado, defiende el “ritual de la muerte del toro”. Otros lo consideran cruel y tratan de eliminarlo.

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Para la feria de San Isidro, que se alarga hasta el 16 de junio, casi medio millón de aficionados pasarán por la plaza de Las Ventas, “la catedral de la tauromaquia mundial” según ’Don Simon’, el primer francés en dirigirla. Pero la política se entromete más que nunca. El ayuntamiento de izquierdas saliente de Madrid prometió antes de las elecciones municipales del domingo unas corridas “sin sangre ni muerte”.

La derecha y la extrema derecha defienden por su parte una “tradición” asociada a la “identidad” española y reclutaron a tres toreros para sus listas electorales de las legislativas de abril.

“No conozco a nadie que ame más al toro de lidia que el torero”, defiende Casas, de 71 años, durante una visita de la AFP a esta plaza construida en 1929. “Nunca es un enemigo para el torero sino un compañero glorificado” , afirma. En el corral, los experimentados evalúan los toros de lidia criados para este propósito, con pesos superiores a veces a los 600 kilogramos. En tono provocador, Casas añade: “si yo tuviera que ser un animal, no escogería un gatito o un perrito, sino un toro de lidia. Moriría, claro, pero haría de mi destino la gloria”.

El diestro Gonzalo Caballero sufre una cogida al entrar a matar a su primer toro durante el octavo festejo de la Feria de San Isidro en la Monumental de Las Ventas, con toros de la ganadería de El Pilar y donde comparte cartel con los matadores Juan del Álamo y José Garrido.
El diestro Gonzalo Caballero sufre una cogida al entrar a matar a su primer toro durante el octavo festejo de la Feria de San Isidro en la Monumental de Las Ventas, con toros de la ganadería de El Pilar y donde comparte cartel con los matadores Juan del Álamo y José Garrido.

 

Colocando unos pequeños papeles en un sombrero, los representantes de los toreros se sortean qué animal le toca a cada matador por la tarde. “Se hace así desde el siglo XIX” , explica Casas. En su oficina, cuadros y fotografías rinden homenaje a los toreros fallecidos durante su faena: Joselito en 1920, Manolete en 1947...

Todavía hoy, pocos son los matadores que no pasan por la capilla de la plaza a rezar antes de la corrida. Muy cerca de ella se encuentran los dos quirófanos donde curan a los toreros corneados. El toro, en cambio, no tiene salida. Salvo en caso de indulto, extremadamente inusual, el animal debe morir.

“Hay que ir hasta el final o se convierte en una representación en vez de un ritual” , argumenta Casas. La corrida con muerte del animal sigue siendo legal en España, México, Colombia, Perú, Venezuela, una parte de Francia y otra parte de Ecuador. Pero en Portugal y el resto de Ecuador, matar al animal en la plaza está prohibido, aunque se sacrifique justo después.

El joven diestro peruano Andrés Roca Rey da un pase a uno de sus toros durante el noveno festejo de la Feria de San Isidro en la plaza de Toros de Las Ventas, en el que ha compartido cartel con Manuel Jesús "El Cid", y Alberto López Simón, con toros de la ganadería de Parladé
El joven diestro peruano Andrés Roca Rey da un pase a uno de sus toros durante el noveno festejo de la Feria de San Isidro en la plaza de Toros de Las Ventas, en el que ha compartido cartel con Manuel Jesús "El Cid", y Alberto López Simón, con toros de la ganadería de Parladé

 

En este día de mayo, “Las Ventas” están excepcionalmente llenas con casi 24.000 espectadores. Los vivas a España estallan cuando el rey emérito Juan Carlos llega a las gradas. Una vez el toro está debilitado, sangrando por las puyas y las banderillas, las trompetas anuncian la entrada del matador que tiene diez minutos para rematar la faena. “¡Olé!” . “¡Bien!”.

El matador es aclamado cuando consigue que el animal voltee alrededor suyo, manteniéndose lo más cerca posible de sus cuernos y controlando majestuosamente sus cargas con el capote. De repente, miles de pañuelos blancos se agitan entre las gradas: “el toro era muy bravo, el torero lo ha matado de un golpe, el público pide una oreja” para el matador, explica entre los asistentes Antonio Mercader, economista de 54 años. Antes, a otro matador le pitaron porque “el toro sufre demasiado” , dijo su esposa Paqui Fernández. “Lo ha matado mal” , lamenta.

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Abogando por “la abolición de la tauromaquia” , los militantes anticorridas estiman que se matarán unos 200 toros durante la feria de San Isidro. Miles de ellos este año por toda España. El novelista Manuel Rivas publicó una tribuna en El País reclamando la renuncia “al arte de matar” , a dejar de “promover ese espectáculo de crueldad” .

Pero la corrida parece ahora intocable desde que fue declarada “patrimonio cultural” en una ley estatal de 2013. Su prohibición en Cataluña en 2010 fue anulada por el Tribunal Constitucional.

En la práctica, sin embargo, no se organizan corridas en esta región, ni en Baleares y Canarias y las estadísticas reflejan el declive de esta tradición en el país, pasando de 810 en 2008 a 369 en 2018. “No dejes la tauromaquia con el culo al aire” , reclaman Las Ventas en los anuncios de San Isidro, donde aparece la nalga desnuda de un torero bajo un pantalón desgarrado. La imagen satisface a Eladio Galán, farmacéutico de 25 años, un amante de la tauromaquia que se pregunta “si seguirá 30 años” .

“Hay amigos indiferentes, otros que me dicen: eres un animal, un desalmado” , relata.

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