La risa, un antídoto pasajero para migrantes en pleno periplo por Europa

VIENA. Resguardados del frío en un paso subterráneo de la estación de tren de Viena, donde esperan seguir su periplo, los migrantes se desternillan gracias a un grupo de payasos que les hace olvidar su sufrimiento por un rato.

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Narices rojas, pantalones abombados, acordeones y una sucesión de números: el pequeño grupo es observado primero con prudencia, antes de provocar una risa general, entre pequeños y adultos. “No necesitamos hablar la misma lengua, basta reír juntos para establecer un contacto”, se felicita Simone Mang, una de las organizadoras.

Su asociación, Narices Rojas, forma parte de las decenas de colectivos que se movilizaron en Austria para facilitar la acogida y el tránsito hacia Alemania de más de 250.000 migrantes en los últimos meses. “Los niños necesitan un poco de tiempo para ellos, para poder jugar, reír y olvidar todo lo que les pasa”, dice Mang.

En el subterráneo de la estación, el objetivo parece cumplido. Decenas de niños y padres ríen, chocan de manos con los payasos, lo filman todo con sus teléfonos. Los niños bailan con cintas y panderetas, antes de ser conducidos a una sala acondicionada para que puedan dibujar y jugar.

“Están felices. Al fin, hallan un poco de paz”, afirma Hosam, un padre de familia palestino, que señala a sus cuatro hijos haciendo burbujas de jabón y saltando sobre colchonetas. “Huí de mi país por ellos, por su futuro. Para que tengan una buena educación, una buena vida, si Dios quiere”, añade.

Para los voluntarios de las Narices Rojas -una asociación nacida en Austria en 1994 para entretener a los niños hospitalizados que se ha extendido a una decena de países-, bromear con gente que se ha jugado la vida para llegar a Europa no se puede tomar a la ligera.

“Hay que prestar atención a quienes se quedan en silencio, a los seres humanos detrás de los rostros. Percibimos el viaje que han hecho, sus sufrimientos”, confía Marie Miklau, una voluntaria que junto a otros 65 colegas siguió una formación de payaso. Pero vale la pena. “Las reacciones son increíbles. Hay tantos ojos magníficos, miradas claras y directas”, subraya esta mujer de 37 años.

Paralelamente a los esfuerzos del Estado y las colectividades locales, en Austria se multiplican las iniciativas ciudadanas para ayudar a los migrantes. Una de las principales asociaciones nacidas con esta crisis, “Tren de la esperanza”, se enorgullece de haber reclutado a 3.500 voluntarios, que totalizaron casi 300.000 horas de trabajo en cinco semanas.

“Empezamos con unas cuantas mesas y botellas de agua”, recuerda su portavoz, Benjamin Fritz, de 26 años. “Ahora, gestionamos una pequeña ciudad”, dice, en alusión a una serie de contenedores donde los migrantes pueden hallar alimentos, cuidados, consejo y apoyo psicológico.

Muy activa en las redes sociales, la asociación quedó literalmente desbordada por las donaciones, sobre todo de artículos de higiene y lápices de colores. Pero la solidaridad tiende a disminuir con el paso del tiempo y con la llegada del invierno, urge hallar ropa de abrigo para todo el mundo, según Fritz.

“Si mañana nieva, tendremos un problema. Pero hemos tenido problemas todos los días y los hemos superado”, afirma, sonriendo. Con 85.000 demandas de asilo esperadas este año, es decir, 1% de su población, Austria es uno de los países de Europa que proporcionalmente acoge a más refugiados.

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