Embadurnados con arena, dos luchadores de “kushti”, la lucha libre tradicional del sur de Asia, pugnan por derribarse, sus brazos entrelazados tratando de tumbar al contrario con la espalda contra el suelo.
Se retuercen por el cuadrilátero y finalmente uno de ellos logra inmovilizar a su rival con la espalda contra el suelo, declarándose ganador.
A su alrededor otros “pehlwan”, nombre paquistaní de los luchadores, observan el combate junto a unos pocos curiosos que se han acercado a este centro de entrenamiento de la ciudad oriental de Lahore, uno de los pocos que quedan en el país asiático de 207 millones de habitantes.
Aún jadeando tras el combate, Rashid Gujjar, de 22 años, lamenta el estado del deporte que eligió hace casi una década y media.
“No vienen muchos luchadores nuevos porque ni las compañías nos apoyan ni el Gobierno nos proporciona fondos”, dice a Efe el joven.
Como muchos otros “pehlwan”, Gujjar siguió los pasos de su padre cuando comenzó en este deporte en el que ha logrado tres títulos nacionales y medallas internacionales en campeonatos de Malasia y la India.
El joven se gana la vida trabajando en Lesco, una compañía estatal de electricidad, donde cobra 22.000 rupias (poco menos de 140 euros), un puesto de trabajo ofrecido por el Gobierno por sus éxitos como deportista.
Pero Gujjar lamenta que ese sueldo es insuficiente para sus necesidades como luchador, ya que necesita al menos 60.000 rupias (380 euros) mensuales solo para la fuerte alimentación con la que mantiene su peso.
Come todos los días cantidades ingentes de coco, almendras, carne, leche y mantequilla, combustible para las seis horas diarias de entrenamiento que lleva a cabo al amanecer y por la tarde.
“El Gobierno no me da esa cantidad de dinero para la comida, entonces ¿cómo se mantendrá el 'kushti'?”, se pregunta.
El joven da otra pista acerca de los motivos de la falta de nuevos luchadores en estos tiempos modernos: “En esta era del ordenador, móviles e internet a la nueva generación no le interesa la lucha”, afirma.
A su lado, el gigante Yusuf Riaz muestra su acuerdo con las palabras del joven. Ganador de ocho títulos nacionales en su categoría de 100 kilos y varias medallas internacionales, Riaz se encuentra en la misma situación, a pesar de su voluminoso palmarés.
“Es un deporte caro, ¿cómo puede dedicarse a él la gente pobre?”, pregunta el luchador de 100 kilos, hijo también de un “pehlwan”.
El “kushti” es un estilo de lucha libre parecido a la vertiente internacional que se libra en un cuadrilátero de arena, con orígenes que se remontan a la antigua Persia hace más de 3.000 años, aunque su formato actual procede de los tiempos del Imperio Mogol en el subcontinente en el siglo XVI y se practica en la India, Pakistán e Irán.
En la India, los marajás mantenían a los luchadores para combates entre estados y regiones, pero tras la partición del subcontinente en 1947, el nuevo Pakistán ignoró a su luchadores.
A pesar de ello, hasta la década de los '70, los luchadores paquistaníes lograron 18 medallas de oro en Juegos de la Commonwealth, cinco en Juegos Asiáticos y un bronce en las Olimpiadas de 1960, una de las 10 medallas olímpicas conseguidas por el país.
Desde entonces, Pakistán ha logrado alguna medalla ocasional en grandes competiciones, la última de ellas un oro en los Juegos de la Commonwealth de 2018, pero lejos de su anterior gloria. El secretario general de la Federación de Lucha de Pakistán, Mohamed Arshad Sattar, coincide con el pesimista mensaje de los luchadores.
“Este deporte ha caído en un 80% en el país. Hay unos 500 federados” en Pakistán, dice a Efe Arshad.
En su opinión, la falta de atención gubernamental es el motivo principal de esta decadencia.
En el centro de entrenamiento de Lahore, los luchadores se entrenan con técnicas de otro tiempo: un joven arrastra un bloque de hormigón para allanar la tierra del cuadrilátero mientras otro revuelve el suelo con una azada gigantesca.
Más allá, dos luchadores empujan una rueda enorme de camión. Un joven enclenque de 18 años, diminuto al lado de los otros luchadores, afirma que lleva cuatro meses entrenándose, pero no busca gloria deportiva. “Aunque mi padre se dedicaba a esto, en realidad lo hago para conseguir un trabajo. Si me convierto en un buen luchador tendré más oportunidades de conseguir un trabajo”, afirma Sami Ullah.