Algunos se sienten aliviados al ver que se evitará el temido “baño de sangre” en caso de ofensiva del régimen y otros desconfían de Bashar al Asad y de Moscú.
Cientos de personas, caminando o en moto, tocando tambores y ondeando banderas de la revolución, se manifestaron el lunes por la noche en la provincia de Idlib para reclamar la caída del régimen, desafiando a Moscú y a Ankara, que habían anunciado la creación de una “zona desmilitarizada” bajo su control en la región.
“Es una solución parcial”, lamenta Staif al Ahmed, un habitante de Idlib, en el noroeste de Siria.
Este padre de dos hijos se siente en cambio aliviado al ver que no se producirá el temido bombardeo del régimen y su aliado ruso.
“Es verdad que esto evitará los bombardeos a los civiles”, reconoce este hombre de 27 años.
Desde hace varias semanas, el régimen de Bashar al Asad reunía refuerzos a la entrada de la provincia, fronteriza con Turquía, y aumentaba, junto con Moscú, las declaraciones belicistas.
Estos bombardeos esporádicos del régimen y los ataques rusos dejaron unos 50 muertos en Idlib y sus alrededores, afectando a hospitales y centros de rescate, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH).
“Nos sentimos aliviados al saber que no habrá batalla”, suspira Mahmud Refaat, un habitante de la localidad de Saraqeb.
“Es tranquilizador para los civiles saber que cesarán los bombardeos sobre las zonas residenciales y las escuelas”, continúa este padre de tres hijos.
“Desde hace ocho años, nosotros los civiles, pagamos el precio de todas las guerras en Siria”, añade y lamenta que “siempre hay masacres y nuevas víctimas. Ya solo somos cifras que se compilan”.
La zona desmilitarizada de entre 15 y 20 kilómetros prevista por el acuerdo deberá activarse antes del 15 de octubre. Esta servirá como zona de separación entre los territorios insurgentes y las zonas gubernamentales cercanas.
Las fuerzas turcas y la policía militar rusa controlarán el lugar y todas las armas pesadas de los insurgentes deberán retirarse antes del 10 de octubre.
En la localidad de Binnish, cientos de manifestantes expresaron una vez más su oposición a la familia Asad el lunes por la noche, en medio de edificios de cemento agujereados por años de bombardeos del régimen o su aliado ruso.
Entre la multitud dominaban las banderas de Turquía y sobre todo la de la revolución con las emblemáticas tres estrellas rojas. Los manifestantes coreaban: “El pueblo reclama la caída del régimen” o “Libertad, libertad”.
Algunos habitantes temían que se produjese en Idlib la misma situación que en otros bastiones rebeldes del país, reconquistados uno a uno por el régimen con el apoyo decisivo de su aliado.
El emblemático bastión insurgente de Guta oriental fue reconquistado en abril al cabo de una devastadora ofensiva de dos meses, que provocó la muerte de más de 1.700 civiles, según el OSDH.
Los rebeldes, ante el fuego enemigo, no tuvieron más elección que depositar las armas y aceptar una evacuación hacia Idlib.
“Damos las gracias a Turquía (...) Impidió una ofensiva militar contra Idlib”, reconoció Abu Yazan, un militante que participó en la manifestación. Pero la perspectiva de un desarme de los rebeldes no le entusiasma.
“Si toman nuestras armas hoy, ¿quién va a garantizar que el régimen y Rusia no van a atacar nuestras regiones? ¿Erdogan, tú nos vas a proteger?”, cuestiona.
Unos tres millones de personas -la mitad de ellos desplazados- viven en la provincia de Idlib y en zonas insurgentes de las provincias vecinas de Hama, Alepo o Latakia, según la ONU.
La ONU y organizaciones humanitarias mostraron varias veces su preocupación y alertaron de un “baño de sangre” en caso de ofensiva en Idlib, donde podría tener lugar la “peor catástrofe humanitaria” del siglo XXI.
Mohamed Salá, instalado en un pueblo de la frontera turca, no se hace ilusiones.
“Mañana, van a tomar las armas pesadas y van a traicionar a Turquía. Estamos acostumbrados a las traiciones de Rusia”, subraya.