ARA San Juan: familiares de fallecidos, entre dudas y desconsuelo

MAR DEL PLATA. Llueve en Mar del Plata. Reunidos frente a un pequeño televisor este sábado en un hotel, familiares de los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan esperan noticias.

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 Horas antes supieron que el buque perdido hace un año había sido hallado en el fondo del Atlántico.

Por una ventana se los ve abrazarse, llorar desconsoladamente, tomarse la cabeza y enjugarse las lágrimas unos a otros.

Hace un año que están alojados en este pequeño hotel de las afueras de Mar del Plata, 400 km al sur de Buenos Aires y cerca de la base naval adonde el submarino debía arribar al término de su periplo por el Atlántico Sur.

“Tenemos nuestra duda de que quizás el submarino esté vacío en el fondo”, dice Yolanda Mendiola, madre del cabo primero Leandro Cisneros, quien tenía 28 años al momento de la desaparición de la nave.

Es el mediodía del sábado y hace menos de 12 horas desde que les avisaron del hallazgo.

Al no saber cómo ocurrió la tragedia, se aferran a un milagro que les diga que pudieron escapar a la espantosa muerte de una implosión en el fondo del mar.

“No podemos hacer el cierre”, explica Yolanda, como si la palabra duelo fuera una entrega imposible de soportar.

Afuera la prensa se agolpa a las puertas del hotel mientras los familiares miran por televisión la conferencia de prensa que el ministro de Defensa, Oscar Aguad, da en Buenos Aires.

“Vamos a exigir al presidente (Mauricio Macri) que vea la forma de sacarlo (al submarino del fondo del mar) porque sí se puede, porque la empresa lo dijo”, sostiene Yolanda, con voz quebrada pero firme.

Luisa Rodríguez, madre del suboficial segundo Ricardo Alfaro, descarga su enojo. “Acá hay culpables, hay responsables”, dice. Pide que “sean enjuiciados y que vayan a la cárcel”.

“Sé que iba con muchas averías, mi hijo me lo dijo, una vez no podían emerger”, relató.

Cristian Torres, primo del cabo principal Jorge Valdez, clama por terminar con esta agonía. “Son 366 días de dolor y espera y desconsuelo, en algún momento se tiene que cerrar”.

 El cielo plomizo descarga una lluvia interminable como el llanto desconsolado de una adolescente que adentro del hotel es rodeada por todos los familiares en un abrazo.

Julia Chazarreta, es la madre del tripulante Luis Leiva, lleva estrujada entre los puños una bandera argentina.

“Tranquilidad no vamos a tener nunca, es mucho dolor lo que tenemos”, dice y el llanto la ahoga.

Junto a ella está Cecilia Kaufmann, la pareja de Leiva. Tiene los ojos hinchados del llanto.

La lucha ahora será conseguir que se reflote la nave, una tarea que algunos especialistas estiman imposible.

“Hay voluntad o no hay voluntad, ya no lo podemos decir”, afirma al respecto Cecilia.

“Tenemos la esperanza de que escuchen a los familiares y que por respeto a nosotros y a nuestro duelo quieran reflotarlo, porque sabemos que la empresa está preparada para hacerlo”, asegura.

Yolanda fue la primera en conocer la noticia cuando recibió un mensaje durante la madrugada en su teléfono móvil que la hizo saltar de la cama, cuenta.

A medida que recorría los pasillos del hotel los familiares salían de sus habitaciones incrédulos, algunos se desplomaban, otros buscaban confirmaciones.

Hace un año que la vida de estas personas se detuvo.

Muchos son oriundos del norte del país y resolvieron instalarse en Mar del Plata, frente al mar, hasta que hallaran al San Juan, aún sin tener certezas de que este día llegaría.

Tras la desaparición el 15 de noviembre de 2017, un inédito operativo internacional había fracasado en encontrar al submarino.

A los familiares les mostraron como prueba tres fotografías tomadas por un robot del buque de búsqueda de la empresa estadounidense Ocean Infinity, responsable del hallazgo.

“Ya lo ubicaron, ahora que nos entreguen a nuestros familiares”, reclama Cecilia Kaufmann. Quiere que saquen a flote al submarino, encallado a 907 metros de profundidad en el Golfo de San Jorge.

 Otros familiares se reunieron frente a la base naval de Mar del Plata. Uno pronuncia con un megáfono cada uno de los 44 nombres de los tripulantes.

Todos responden “¡Presente!”. “¡Prohibido olvidar!” .

Marcela Moyano, esposa del tripulante Hernán Rodríguez, sostiene una bandera argentina que lleva un 44 en el centro.

“De parte del gobierno me sentí abandonada. Dos veces tuve la oportunidad de hablar con el señor Macri y fueron conversaciones frías. Me dolió. El pueblo nos decía que no bajemos los brazos, no me pasó con el gobierno”, se lamentó.

“Este gobierno lo único que hizo fue poner palos en la rueda para no encontrarlos”, acusó Luisa Rodríguez.

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