La decisión del tribunal de Luneburgo (norte) , leída por su presidente a, es ligeramente superior a la pena de tres años y medio de prisión requerida el 7 de julio por la fiscalía. El acusado se exponía a entre 3 y 15 años de prisión.
“Nosotros, partes civiles, celebramos la condena de Oskar Gröning”, reaccionaron en un comunicado varios representantes del medio centenar de supervivientes del Holocausto y familiares de las víctimas presentes en el proceso, lamentando el “paso demasiado tardío hacia la justicia”.
Moshe Kantor, presidente del Congreso Judío Europeo, subrayó por su parte la “significación histórica” del proceso y “la oportunidad que ofrece para educar a una generación alejada de los horrores del Holocausto”, 70 años después de la liberación de los campos de exterminio nazis.
En las requisiciones, el fiscal había compensado la “contribución menor” del exmiembro de las SS en el funcionamiento de Auschwitz, emblema del horror nazi, que tuvo número “casi inimaginable” de víctimas.
Aunque Gröning asumió una “falta moral” y se excusó en varias ocasiones, su defensa pidió la absolución, considerando que no había “favorecido de ninguna forma el Holocausto, al menos de una forma pertinente sobre el plano penal”.
Años antes de ser juzgado por la justicia, este antiguo voluntario en las Waffen SS, narró su experiencia de dos años en Auschwitz, de 1942 a 1944, en un libro de memorias destinado a sus familiares, y posteriormente en largas entrevistas con el objetivo de “luchar contra el negacionismo”.
“Auschwitz es un lugar en el que nadie debería haber participado”, declaró el martes con voz temblorosa el nonagenario, haciendo suya la frase de uno de los representantes de las víctimas.
En su comunicado, los abogados de las partes civiles celebraron que “por primera vez, tras medio siglo de juicios a los criminales nazis, un acusado reconoce formalmente su falta y se excusa”.
Los cargos contra Gröning se sustentaban en dos puntos: por un lado, se le acusaba de haber “ayudado al régimen nazi a obtener beneficios económicos de los asesinatos en masa” , al enviar dinero de los deportados a Berlín, y por otro, de haber ayudado al menos en tres ocasiones en la “selección”, separando a los deportados juzgados aptos para el trabajo de aquellos que iban a ser inmediatamente asesinados.
El exsoldado se defendió asegurando que su papel consistía únicamente en evitar los robos en las maletas de los deportados, sin tener un papel directo en el proceso de exterminio, y recordando sus tres peticiones de transferencia al frente, que fueron declinadas.
Este largo proceso, trasladado a una sala de espectáculos generalmente llena, permitió escuchar los terribles testimonios de supervivientes de Auschwitz. Y mientras que algunos mostraban su decepción por que el acusado no se hubiera excusado formalmente ante ellos, otros parecieron encontrar una especie de catarsis en el juicio.
“Cuando me vaya de Luneburgo, encontraré la paz, sea cual sea el veredicto”, afirmó Hedy Bohm, de 87 años, una de las partes civiles.
El proceso Gröning ilustra la creciente severidad de la justicia alemana hacia los últimos nazis vivos, desde la condena en 2011 a John Demjanjuk, exguardián de Sobibor, a cinco años de prisión. En aquel proceso, se condenó al acusado no por pruebas de actos individuales, como se había hecho hasta la fecha, sino por el simple hecho de trabajar en un lugar como Sobibor, dedicado exclusivamente al exterminio.
Las últimas decisiones judiciales tardías contrastan con las penas, generalmente livianas, pronunciadas durante décadas por los tribunales.
Cerca de 1,1 millón de personas, entre ellos un millón de judíos, murieron ente 1940 y 1945 en Auschwitz-Birkenau, liberado por las tropas soviéticas a finales de 1945.