Haifa, una joven iraquí, recuenta con sus dedos el número y nacionalidades de combatientes de Estado Islámico que, durante sus dos años de cautividad, la compraron y vendieron como esclava sexual.
Haifa, de 36 años, y su familia son parte de los miles de integrantes de la minoría yazidí, especialmente perseguida por los yihadistas cuando tomaron el control de vastos territorios de Irak y Siria. Esta minoría de lengua kurda profesa una religión preislámica, y el EI los considera herejes y politeístas, por lo cual la comunidad estuvo en el centro de mira de los yihadistas. La ONU denunció una “tentativa de genocidio” en contra de sus miembros.
“Había una especie de mercado, a donde llevaban a las mujeres yazidís para que los combatientes eligieran. Un día uno de ellos compró 21 mujeres”, relata a la AFP la mujer que reserva su identidad real bajo el seudónimo de Haifa.
Detenida en su región natal de Sinjar (noroeste), fue trasladada a Mosul, bastión iraquí de Estado Islámico, y luego transferida a Raqa, búnker yihadista en Siria. “Nos trataban muy duramente. Nos hicieron sufrir cosas terribles”, relata.
Luego de dos intentos de fuga fallidos, Haifa recuperó su libertad hace algunos dias gracias a quienes ella define —con discreción inquebrantable— como unos “benefactores”.
Algunas mujeres yazidís han podido escapar a Estados Islámico. Otras fueron “compradas” para luego ser liberadas a espaldas del grupo.
El lanzamiento en octubre de la ofensiva iraquí para retomar Mosul reavivó la esperanza de otras liberaciones, habida cuenta que se estima que quedan aún 3.000 hombres, mujeres y niños en manos de los fundamentalistas islámicos, afirma Hussein Al Qaidi, quien dirige en Dohuk una oficina de ayuda a personas cautivas, financiada por las autoridades kurdas iraquíes.
Por regla general frente a las ofensivas iraquies los islamistas se retiraban llevando consigo a los rehenes yazidís, pero ya no es el caso desde que las tropas leales a Bagdad consiguieron cortar la ruta que une Mosul con el territorio sirio.
“Hemos sido víctimas de una campaña feroz, pero nuestro pueblo está muy atado a su tierra” afirma Hussein Al Qaidi al justificar sus esperanzas de rearmar su comunidad.
Haifa, por su lado, aún intenta superar la pesadilla que vivió durante dos años. Agotada y enferma, tiene vergüenza de contarle a su familia lo que le tocó vivir. Ella teme por su hermana de 20 años, como muchas otras mujeres aún en manos de Estado Islámico. Y suplica: “Le pido al mundo entero que ayude a liberarlas”.