Era un camino contrario al seguido por Samer Malah, que abandonó la lucha armada tras ser herido en una batalla.
Abu Maaruf, líder de la brigada Al Gurabá, del Ejército Libre Sirio (ELS), lleva dos años sin ver a sus dos hijos menores de edad y a su mujer, pero su determinación para continuar en la batalla no merma.
Lejos quedan los tiempos de antes del inicio del conflicto, que mañana entrará en su sexto año, cuando se dedicaba a comerciar en el extranjero con uvas, manzanas y otras frutas de su país.
Era una vida tranquila hasta que las protestas antigubernamentales estallaron el 15 de marzo de 2011 en la ciudad sureña de Deraa y pronto se extendieron por el resto del territorio sirio.
“Salimos a protestar contra leyes injustas, como la de Emergencia, y contra la corrupción, solo queríamos una corrección del régimen no su caída”, evoca Abu Maaruf en una conversación con Efe por internet. El cabecilla rebelde participó y organizó las marchas que tuvieron lugar en aquella época en Barze y Maraba, en el extrarradio norte de Damasco.
Recuerda que había temor entre los manifestantes, porque “el régimen es criminal y había miedo por los arrestos”. De hecho, las protestas degeneraron pronto en violencia, lo que motivó a Abu Maaruf a optar por la lucha armada: “Me convertí en guerrillero cuando comenzaron las detenciones y los ataques a manifestaciones. Luchamos para protegernos a nosotros, nuestras familias y nuestra patria”, explica.
En ese momento, unos 150 hombres constituyeron el batallón insurgente los Libres de Qasiún, que más tarde se transformó en la Brigada al Gurabá, liderada por Abu Maaruf. El grupo armado opera en el área de Maraba, al norte de la capital siria, y, pese al transcurrir del tiempo, su dirigente asegura que sus convicciones no han cambiado. “Nuestras demandas de libertad son las mismas”.
Todos los integrantes de la Brigada al Gurabá son musulmanes suníes y, en sus vídeos son frecuentes las consignas religiosas, pero Abu Maaruf niega que la rebelión contra el régimen sirio se haya islamizado.
“La religión es para Dios y el país es para la gente. El régimen fue quien soltó a los islamistas a la calle e implantó el 'Dáesh' (acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico)”, afirma este cabecilla, quien subraya que lo que se libra en Siria no es una guerra religiosa.
Abu Maaruf adelanta que seguirá combatiendo hasta que la sala de operaciones del ELS le ordene lo contrario, aunque no descarta volver a su vida anterior exportado frutas si algún día el conflicto acaba. Una senda contraria a la que ha seguido Samer Malah quien ha regresado a la vida civil tras combatir contra el régimen en Alepo, la mayor ciudad del norte de Siria.
Las razones que llevaron a Malah a unirse al ELS hace cuatro años son similares a las de Abu Maaruf: “Participé al principio en las protestas pacíficas en mi barrio, Salahedín, en Alepo, pero debido a la represión del régimen me levante en armas como muchos de mis compañeros”, indica a Efe por teléfono.
Sin embargo, ocho meses después de adherirse a la lucha armada tuvo que abandonarla tras ser herido en una mano durante la batalla. Este contratiempo supuso un vuelco en su vida porque tuvo que sustituir el rifle por el trabajo de oficina, y empezó a colaborar con el consejo opositor de su distrito en la administración y gestión de asuntos civiles y más tarde en el de la urbe de Alepo.
Además, conoció a la que sería su futura esposa con la que ha tenido dos hijos.
Malah no echa de menos la época de guerrillero. “Estoy contento porque lo que hacemos aquí completa la parte militar”, aclara este activista, quien indica que “nunca se marchará de Alepo” por el compromiso que ha contraído con la “revolución”.
“Queremos una Siria sin injusticias”, sentencia Malah, quien, como el resto de sus compatriotas, le gustaría regresar a su trabajo anterior como empresario.