Eso declaró el miércoles el secretario de Estado, Rex Tillerson.
“Los responsables de estas atrocidades deben rendir cuentas” agregó en un comunicado, acusando a “algunos en el ejército y las fuerzas de seguridad birmanas, así como grupos locales de autodefensa”.
Tillerson viajó a Birmania a mediados de noviembre.
“Después de un cuidadoso y exhaustivo análisis de los hechos disponibles, está claro que la situación en el estado norteño de Rakhine constituye una limpieza étnica contra los rohinyás,” dijo Tillerson.
“Ninguna provocación puede justificar las horrendas atrocidades cometidas”, agregó.
El jefe de la diplomacia estadounidense hizo estos comentarios después de haber visitado Birmania la semana pasada y son la más fuerte condena de Washington a la campaña militar contra los rohinyás, que desató una gran crisis de refugiados.
En menos de tres meses, más de la mitad de la población rohinyá en ese estado tuvo que refugiarse en el vecino Bangladés para huir de una campaña de represión lanzada por el ejército birmano.
Desde entonces, algunos países y organizaciones de defensa de los derechos humanos exigen que se impongan nuevas sanciones a Birmania.
El regreso de estos refugiados es el tema central de las discusiones iniciadas hace varias semanas entre Birmania y Bangladés, pero hay pocos avances.
Hasta ahora, Estados Unidos, como otros países occidentales, se ha limitado a reforzar algunas medidas punitivas contra el ejército birmano.
Como la mayoría de los países occidentales desde el comienzo de la crisis, Estados Unidos trata de no culpar a la premio Nobel de la Paz birmana, Aung San Suu Kyi, distinguiendo entre su gobierno civil y los militares.
Tillerson dijo que las medidas que Birmania tome para superar la crisis serán vitales para determinar el éxito de su transición hacia “una sociedad más democrática”.