De origen chechén, los hermanos Tsarnaev llegaron hace una década a los Estados Unidos como refugiados políticos y, según quienes les conocían, eran dos jóvenes muy parecidos, aunque diferentes entre sí, a la generalidad de los estadounidenses de su misma edad.
El hermano mayor, Tamerlán, es descrito por sus allegados y conocidos como una persona más vehemente y abierta, pero Dzhokhar, por el contrario, era tenido como el tímido de los dos.
Esa diferencia de carácter fue la que intentó utilizar como argumento la defensa de Dzhokhar para evitar que fuera condenado a la pena de muerte, algo que finalmente fue rechazado por el jurado y finalmente le llevará al corredor de la muerte en una prisión federal y posible a un largo proceso de apelaciones.
Como último intento de demostrar arrepentimiento, y pese a que esa declaración no iba a cambiar la sentencia, Tsarnaev se dirigió a víctimas y miembros del jurado para pedir perdón con lágrimas en los ojos “por el irreparable daño provocado”.
“Siento las vidas que arrebaté, el sufrimiento que he causado, y el daño que he provocado, el irreparable daño”, aseguró Tsarnaev en su breve alegato final, en el que pidió “la misericordia de Alá”.
Según la estrategia de la defensa, el joven cometió junto a su hermano mayor los atentados con dos bombas caseras elaboradas con ollas de presión llenas de hierros y clavos, colocadas en la línea de meta de la maratón, influenciado por su hermano mayor, que se había radicalizado y convertido en un militante yihadista.
Tamerlán murió en la noche del 18 de abril, varios días después del atentado, tras una espectacular persecución en los suburbios de Boston, en la que también resultó muerto el agente Sean Collier, de la policía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Dzhokhar, por su lado consiguió darse a la fuga y esconderse en el bote de recreo de un residente de la localidad de Watertown hasta que fue descubierto y detenido, y donde escribió una confesión en la que justificaba las muertes y ha sido una de las pruebas que más ha pesado en su contra en el juicio.
Pero mientras que a Tamerlán le gustaba el boxeo, era atlético, abierto y agradable; Dzhokhar, que cuando cometió los atentados tenía 19 años, era taciturno y tímido, aunque también querido por sus compañeros de clase, ninguno de los cuales sospechaba que pudiera convertirse en terrorista.
En cambio, la acusación intentó borrar esa imagen de ingenuidad durante el juicio, presentando a Dzhokhar Tsarnaev como un radical, un lobo solitario, que junto con su hermano comenzó a nutrirse de ideas yihadistas en internet.
Al cierre del juicio, los familiares de las víctimas aseguraron que no han conseguido ver ningún arrepentimiento sincero en el acusado.
“Me arrepiento de haber querido escucharle hablar, porque no ha mostrado remordimiento ni empatía por destrozar nuestras vidas”, aseguró Lynn Julian, superviviente del atentado.
La familia Tsarnaev había llegado a Estados Unidos procedente de Chechenia huyendo del conflicto de principios de la década de 1990 en su país, y vivió durante años en Kazajistán antes de trasladarse a este país como refugiados.
Dzhokhar estudió en el instituto Rindge & Latin School de Cambridge, que le concedió una beca en 2011 por 2.500 dólares.
Según defendió en declaraciones a las cadenas de televisión locales Peter Payack, uno de sus entrenadores de lucha en esa escuela pública, “era un chico totalmente normal, como cualquier niño estadounidense”.
Esa imagen de chico tímido cambió el 22 de abril, cuando el Departamento de Justicia publicó un vídeo en que aparecía haciendo un gesto obsceno con un dedo a una cámara de seguridad en su celda, unas imágenes que la acusación mostró al jurado para convencerlo de que no era la actitud de un joven arrepentido de su crimen.
Según documentos a los que tuvo acceso la cadena NBC, Dzhokhar se nacionalizó como ciudadano estadounidense el 11 de septiembre de 2012, estaba registrado para votar y fue becado para estudiar en la ciudad de Cambridge.
En declaraciones a la prensa, su padre, Anzor Tsarnaev, que reside en Majachkalá, capital de la república norcaucasiana rusa de Daguestán, vecina de Chechenia, se mostró sorprendido al ver las fotos de sus hijos en los periódicos y dijo de ellos que “no harían daño a una mosca”.