En las últimas semanas, este centro educativo ha puesto en marcha una curiosa iniciativa que consiste en repartir entre sus miembros estas particulares pastillas de caucho vulcanizado que pueden llegar a pesar unos 170 gramos.
La idea es que, en caso de que un desequilibrado entre a tiros en el campus, los profesores y estudiantes puedan hacerle frente lanzándole estos objetos de diseño aerodinámico y contrastada dureza, lo que los convierte en elementos idóneos para su lanzamiento a mano descubierta.
“No estamos sugiriendo que lanzar un disco sea la nueva 'práctica recomendada' para hacer frente a los agresores, pero se planteó como un posible último recurso”, puntualizó en declaraciones a Efe el director de relaciones con los medios de comunicación de la Universidad de Oakland, Brian Bierley.
De acuerdo con datos de la organización Everytown for Gun Safety, un total de 84 centros educativos estadounidenses han sufrido un tiroteo en lo que va de año. De todos ellos, el más sangriento fue el cometido por el joven Nikolas Cruz en el instituto de Parkland (Florida, EE.UU.), donde perdieron la vida 17 personas, la mayoría estudiantes, el pasado mes de febrero. Este terrible suceso avivó el debate en las calles sobre la posesión de armas, sin embargo, la Casa Blanca prefirió centrar la discusión exclusivamente en la seguridad en las escuelas.
Entre las propuestas más controvertidas realizadas por el presidente Donald Trump, siempre reacio a confrontar a la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), se encontraba la de armar a los maestros para que así pudieran hacer frente a los agresores.
“Una escuelas sin armas es un imán para la gente malvada”, llegó a decir el mandatario a los pocos días de la matanza de Parkland. Pocas instituciones académicas, no obstante, han contemplado dar pasos en este sentido, pero muchas de ellas han reforzado sus medidas de seguridad y han abordado el problema en sus aulas.
Bierley explicó que la Universidad de Oakland “ha realizado esfuerzos para recaudar fondos” con los que sufragar la instalación de cerraduras en el interior de las clases, ha organizado simulacros y ha fomentado debates para evaluar posibles soluciones.
Fue en uno de estos encuentros, comentó Bierley, que uno de los estudiantes preguntó al jefe de policía del campus, Mark Gordon, sobre qué tipo de elemento de defensa podía llevar al campus para defenderse de una persona armada.
La respuesta del agente fue la simiente que dio origen a esta peculiar iniciativa: “Estate preparado para lanzarle algo -cualquier cosa- que pueda servir para distraer al agresor; incluso un disco de hockey”. Bierley enfatizó que esta fue solo una de las opciones ofrecidas por Gordon y que, a lo largo de los últimos 10 años, el jefe de policía del campus ha organizado “cientos de simulacros” en los que pone el acento en que la mejor defensa ante un ataque con armas de fuego “es correr en dirección opuesta y buscar refugio”.
Sin embargo, la original respuesta de Gordon corrió como la pólvora por los pasillos de la universidad y acabó llegando a oídos de Tom Discenna, profesor de Comunicación y presidente del sindicato de la facultad, que fue quien puso en marcha el proyecto.
“Es más que nada por tener algo, una especie de recordatorio de que no estás indefenso”, aclaró Discenna esta semana en declaraciones al diario Detroit Free Press. Desde entonces, la universidad ha comprado -al módico precio de 94 céntimos de dólar la unidad- 800 pastillas para el personal y 1.700 para los estudiantes, las cuales empezaron a ser repartidas a comienzos de noviembre con la esperanza de que nunca lleguen a ser utilizadas. “Sería el último recurso, solo si huir o esconderse no es una opción”, insistió Gordon.