Relato de días de terror en Venezuela

La fotoperiodista italiana Francesca Commissari relata las horas de terror que vivió luego de ser detenida por fuerzas del orden mientras cubría una manifestación en Venezuela. Afirma que en el país caribeño no hay libertad de expresión.

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Francesca no podía creer lo que le estaba pasando. Se había escondido dentro de una maceta en una estación de servicios. Fue el primer lugar que parecía seguro como para tratar de resguardarse mientras se desarrollaban los enfrentamientos.

Sus ojos le ardían como consecuencia de los gases lacrimógenos lanzados por los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Su olfato le dejó en claro enseguida que su escondite era habitualmente algún tipo de baño público de los manifestantes.

Era el viernes 28 de febrero. La italiana Francesca Commissari llevaba ya varios días cubriendo para el diario El Nacional las protestas que se habían iniciado dos semanas antes en Venezuela.

Fran, como la conocen sus amigos, tiene 34 años. Es originaria de Finale Emilia, en la provincia italiana de Módena. Llegó a Venezuela hace ya varios años, en principio con la intención de pasar las vacaciones, pero algo la terminó enamorando y decidió afincarse allí.

Aquel día decidió con un amigo portugués, también fotógrafo 'freelance', ir a hacer algunas fotos de lo que estaba ocurriendo en Altamira. Sabían que la manifestación iba a durar mucho tiempo, por lo que la idea era capturar algunas instantáneas y luego volver a casa.

Pero cuando llegaron al lugar se dieron cuenta enseguida de que la situación era diferente a lo que ya se había vivido en los días previos. El ambiente estaba mucho más tenso y las confrontaciones entre manifestantes y fuerzas del orden se recrudecían.

“Había muchas más barricadas, manifestantes; había mucha más Guardia Nacional y el choque era más fuerte”, relata en conversación con ABC Color.

Desde el lado de los manifestantes se podía ver cómo piedras y bombas molotov eran lanzadas contra las fuerzas del orden. La GNB reprimía utilizando gases lacrimógenos.

Francesca y su amigo estuvieron un par de horas observando todo lo que pasaba. Hasta que, de pronto, los oficiales de la GNB salieron a bordo de unas 50 ó 60 motos disparando perdigones y lanzando gas lacrimógeno.

En un principio, decidieron quedarse atrás del grupo de manifestantes, hasta que se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Commissari comenzó a correr, aunque rápidamente se percató de que estaba muy atrás y en la línea directa de fuego. En un momento dado, miró a su alrededor y vio dos calles y una estación de servicios en la que había varias personas escondiéndose.

Decidió hacer lo mismo. Así que ahí estaba, dentro de una maceta esperando a que pasaran todas las motos con agentes de la GNB.

Pese al olor nauseabundo y al ardor atormentador en los ojos, siguió tomando fotos a los agentes oficialistas que disparaban contra los manifestantes.

Cuando parecía que ya todo había pasado, apareció otro grupo de agentes, pero esta vez a pie.

Uno de ellos divisó a Francesca y a otras tres personas y gritó: “¡Comandante, aquí hay cuatro!”. Entonces, el grupo se percató de su presencia y la comenzó a apuntar con algún tipo de láser o linterna.

Estando a medio metro de distancia, dispararon un perdigón contra el suelo. El fortísimo ruido dejó sorda por algunos segundos a Francesca, que solo atinó a cubrirse los oídos para tratar de protegerse del estruendo producido por el arma.

Dos hombres de la GNB la levantaron del lugar en el que estaba y la pusieron sobre una de las motos. Enseguida se sumaron unos tres oficiales más.

“Quítate el bolso”, le ordenó uno. “No, no, no”, protestó Francesca mientras forcejeaba con el oficial que trataba de arrancarle el bolso de sus manos. En ese bolso tenía su cámara y sus documentos.

Luego de unos minutos de forcejeo decidió desistir de su resistencia. Al fin y al cabo, pensó, no era para pelear más de la cuenta.

La subieron a una de las motos y se la llevaron.

Desde los edificios, la gente exclamaba “¡No se los lleven! ¡No se los lleven!”. La fotoperiodista italiana solo atinó a pensar en ese momento: “Esto no puede ser”.

Pasaron un cordón policial y la dejaron primero junto a una pared y después arrodillada junto a los otros detenidos. Ella consiguió mirar a alguno y se percató de que todos ellos eran muy jóvenes, como máximo tendrían unos 20 años.

Algunos estaban sangrando, otros evidenciaban los muchos golpes que habían recibido durante la detención.

Luego de algunos minutos de espera, un oficial se acercó buscando a las mujeres. Francesca levantó la mano.

“¿Qué? ¿Tú eres mujer?”, le espetó el agente.

“No me jodas. Encima, ponen en duda que sea mujer”, se le cruzó por la mente en aquel instante.

Eran unas diez mujeres las que habían resultado detenidas, una de ellas menor de edad. Un general llegó enseguida diciendo que lo único que pretendían era salvaguardar sus derechos humanos y enseguida llamaron a un paramédico.

El profesional las inspeccionó al tiempo que les iban tomando fotos. Francesca se imaginaba que todo eso era con la intención de dejar en claro que no les habían hecho nada después de la detención. Efectivamente, la mayor parte de las heridas de aquel día se produjeron durante los enfrentamientos.

Lo primero que le pidieron a Francesca fue el documento de identidad. El mismo documento que estaba en el bolso que le habían sacado los agentes de la GNB al momento de detenerla en la estación de servicios.

No hubo tiempo para nada porque los oficiales comenzaron a interrogarlas en ese mismo lugar, en plena autopista.

“¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? Número de cédula. ¿Qué estabas haciendo?”. Esas preguntas se repetían una y otra y otra vez.

Primero eran los de la GNB, después llegó la Policía Científica y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Les sacaban, las volvían a interrogar, eran atendidas por un médico y las volvían a interrogar.

“Deletreame tu nombre, quién eres, qué haces”, le volvían a preguntar.

En un momento dado pusieron en duda hasta la nacionalidad de Francesca, por lo que tuvo que terminar hablándoles en italiano, a fin de demostrar que decía la verdad. Todo porque los mismos que la interrogaban le habían robado todo lo que tenía con ella.

Luego de un buen tiempo, las terminaron trasladando. Mientras eran llevadas, una de las chicas le ofreció el celular. “¿Quieres mandar un mensaje?”, le preguntó amablemente. El problema era que Francesca no se acordaba de ningún número.

Ante esta situación, decidió enviar un mensaje a través del Twitter a una conocida. Le relató que había sido detenida, que le robaron todo y pedía que por favor llamaran a Dalila, la chica con la que comparte el departamento.

Una vez que le dieron la posibilidad de realizar una llamada desde el lugar donde se encontraba recluida, Francesca pidió el número del consulado de su país.

No se lo dieron.

En el tiempo en que permaneció encerrada no pudo hacer siquiera una llamada.

Los detenidos fueron trasladados al Fuerte Tiuna, el complejo militar más importante de Venezuela. En el lugar funciona el Ministerio de Defensa y es como el cuartel general de la Guardia Nacional Bolivariana.

Las mujeres volvieron a ser separadas de los hombres y permanecían en un estrecho cuarto, del que salían apenas para ir al baño, para lo cual tenían que ser esposadas.

Los hombres permanecieron todo el tiempo esposados y tuvieron que dormir sobre el duro piso. A las mujeres les dieron al menos una colchoneta, aunque la diferencia no era muy grande.

Para ese momento, a Francesca ya le había abandonado el miedo de ser asesinada y estaba un poco más tranquila, pensando que si se realizaba una investigación se llegaría a concluir que no había hecho nada malo.

La noche que llegaron no les dieron siquiera un vaso con agua. La mañana del sábado les sirvieron una arepa y al mediodía un poco de arroz. Desde ahí, hasta la mañana siguiente, nuevamente los dejaron sin nada, ni siquiera el vital líquido.

El sábado, a las 19:00, fueron llevados al Palacio de Justicia. En todo ese tiempo no les habían explicado ni una sola vez cuáles eran los cargos de los que se los acusaba.

Eso sí, en Twitter fuentes oficiales publicaron que había ocho extranjeros detenidos, señalados por Interpol como presuntos terroristas. Lo hicieron poco después de haberlos detenido y el canciller venezolano llegó a declarar eso ante las Naciones Unidas.

A lo largo de todo el proceso que terminó a las 07:00 del domingo, Francesca y los demás detenidos permanecieron esposados unos a otros.

La gente que se encontraba afuera esperando saber de ellos les hizo llegar un poco de agua a través de los abogados.

En ella renació la preocupación cuando la consulesa de su país le dijo que en el mejor de los casos la iban a deportar. “Pero, ¿por qué me tienen que deportar?”, pensó enseguida.

Llegaron al juicio sin saber de qué se les acusaba.

Mientras permanecía en el Palacio de Justicia, Francesca se percató de que en el grupo había un hombre portugués (su amigo, el fotógrafo había conseguido zafar de todo lo que a ella le estaba tocando atravesar).

El hombre tenía 56 años y había llegado al país seis meses antes por cuestiones laborales. No hablaba una sola palabra de castellano y aquel día se encontraba volviendo del trabajo y aparcando su auto cuando ocurrió la manifestación.

Ahora se encontraba ahí, enfrentando un juicio acusado de ser un terrorista internacional. Durante toda la noche del viernes, los de la GNB le habían golpeado la cabeza burlándose de él.

“No se entiende nada cuando hablas”, se mofaban.

El abogado que seguía el caso de Francesca le contó que en el acta que habían levantado al momento de su detención no aparecía en ningún momento la constancia de que portaba una cámara. Eso sí, habían hecho constar que llevaba con ella una bomba molotov.

Por un instante, a Francesca se le cruzaron por la mente las imágenes de las cárceles venezolanas. “Dios mío, si me tienen que meter en una de esas cárceles, que me maten antes”, se dijo a sí misma.

El caso de Francesca y todos los que fueron detenidos y juzgados con ella no es aislado. En Venezuela se están registrando constantes detenciones masivas y juicios colectivos. Es decir, se acusa a todos de haber cometido los mismos actos al mismo tiempo.

“Aquí se está perdiendo todo estado de derecho”, afirma mientras conversa con nosotros, ya mucho más tranquila. Decide retomar el relato de lo que tuvo que pasar.

Los tres fiscales públicos pidieron enseguida la “libertad plena” para ella y el portugués. Es decir, el Estado reconocía que todo había sido un error.

Lo que no dejó de llamarle la atención fue que los interrogatorios a los que había sido sometida por parte de la Policía Científica y el Sebin no podían ser utilizados como pruebas durante el juicio porque no había abogados presentes.

“La cuestión es que todos los detenidos están pasando por el Sebin, es decir que ellos están recopilando datos de forma ilegal para sus intereses”, señala Francesca.

Así que fue liberada.

Desde entonces, todo ha sucedido muy rápido para ella. Su caso tuvo inmensa repercusión en la prensa internacional, atendiendo a que es la única fotoperiodista extranjera que atravesó por todo aquello.

Pero ella afirma que no es el único caso y que podría citar por lo menos 50 ejemplos de profesionales que han sido golpeados mientras cubrían manifestaciones y a los que le han robado sus equipos.

La cámara que le robaron a ella terminó apareciendo un día después de haber sido liberada, ofertada en el sitio Mercado Libre. El aparato se ofrecía por el módico precio de 80 bolívares. Al cambio actual sería 1 dólar americano.

Francesca se enteró porque el jefe de fotografía de El Nacional le pasó el link. “¿Es tu cámara?”, le preguntó. “Pero claro que es”, dijo sin dudar. Es que ella es capaz de reconocer su elemento de trabajo a kilómetros de distancia.

Y, casualmente, la cámara se vendía con los tres lentes que tenía Francesca.

Ella sigue sin trabajar porque los primeros días seguía sintiendo mucha paranoia. Después llegó la oleada de llamados para entrevistas. Ella accedió a dos o tres. No quiere perder la cabeza y su intención es volver a su vida normal muy pronto.

Cuando la liberaron le dijeron que podía hacer lo que le diera la gana. Pero ella no se siente así, aunque espera volver a trabajar en algunos días más.

Su intención es volver a Europa para estudiar un poco y ver cómo está todo por el Viejo Continente. Más aún, porque su madre quedó extremadamente preocupada después de todo lo que pasó.

Ella reconoce que la situación para la prensa en el país caribeño no es fácil. De hecho, El Universal sufre los embates del gobierno.

El diario que solía tener cinco cuerpos ahora tiene apenas uno. Su edición se redujo drásticamente a apenas ocho páginas, por lo que la directiva se plantea reducir el personal. Todo porque no cuentan con papel diario, y si no cuentan con el papel es porque el gobierno no libera los dólares para la compra del mismo.

“El hecho de que se estén ensañando tanto con los periodistas es una forma de amedrentamiento. Ellos (el gobierno) no tienen interés en que las cosas que están pasando se sepan; si no, no tendría sentido todo ese ataque a la prensa que está siendo muy fuerte”, puntualiza.

Recuerda que, ya con la muerte de Chávez, las cosas se pusieron más duras y que con las elecciones en las que terminó ganando Maduro, sobre el opositor Capriles, se recrudecieron.

“Se complicaron aún más las condiciones de trabajo para los periodistas que trabajan para medios opositores. A partir del 12 de febrero -cuando empezaron las manifestaciones- fue directo hacia la prensa, a la prensa de oposición, porque los que no son de oposición ni aparecen”, agrega.

Varios diarios ya tuvieron que cerrar como consecuencia de la presión establecida por el Estado bolivariano.

“Yo creo que, en general, más allá de Venezuela, la libertad de expresión es limitada porque siempre existen como intereses económico-políticos detrás de las empresas mediáticas que hacen que a veces el trabajo de nosotros no salga a la luz”, manifiesta.

Sobre el caso específico de Venezuela refirió: “No hay libertad de expresión y, para un extranjero, especialmente si es 'freelance', es muy complicado porque no hay nadie que nos proteja”, acota.

En los últimos días, las fuerzas oficiales comenzaron a reprimir ya no solo a la gente que se encuentra en las calles, sino también a los que hacen cacerolazos desde las ventanas de su casa.

“Ahora se están dando muchas detenciones dentro de los edificios y la gente está muy preocupada por eso, porque ni siquiera dentro de tu casa puedes quejarte”, sentencia.

Enlance copiado
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