Desde el pasado viernes, voluntarios y la asociación de supervivientes Ibuka recuperaron han recuperado 207 cuerpos de adultos en el pueblo de Kabeza, en el distrito de Gasabo, pero esperan que el número supere los 3.000.
“Estamos seguros de que el número (de cadáveres) ronda los 3.000 porque las pruebas que hemos recogido atestiguan que este lugar acogió el mayor retén militar de las milicias hutus y cientos de tutsis eran traídos desde diferentes sitios para matarlos”, dijo a Efe un portavoz de Ibuka a Efe.
“Es el mayor descubrimiento en años en la zona”, explicó Rwigamba. Además de adultos, Rwigamba adelantó que han encontrado mucha ropa de niños, por lo que esperan hallar también cadáveres de menores enterrados de forma anónima.
Las fosas han sido descubiertas porque un acusado de genocidio, que era entonces propietario de la casa donde se encuentran, señaló su localización. Este acusado, conocido como Saveri, señaló en un principio cuatro fosas que se encontraban debajo de letrinas y vertederos, pero en la investigación han encontrado otras tres.
El 11 de abril se comenzó a cavar también en la carretera principal de Kabeza, donde en una fosa se recuperaron 156 personas, y aún falta por exhumar otra ahí. Kigali y barrios de alrededor fueron algunos de los escenarios más cruentos del genocidio, pues destacaron como uno de los últimos bastiones de las milicias hutus antes de que las fuerzas del Frente Patriótico Ruandés (RPA, en inglés) entrasen a liberar esas zonas.
La masacre de 1994 supuso el exterminio de entre el 20 y el 40 por ciento de la población de Ruanda, entonces el país más densamente habitado de África, con siete millones de personas.
El 70 por ciento de las víctimas mortales fueron tutsis, asesinados por extremistas hutus tras la muerte del presidente ruandés, Juvenal Habyarimana, cuando el avión en el que viajaba fue derribado el 6 de abril de 1994 poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali.
El asesinato de Habyarimana (de la etnia hutu, mayoritaria en Ruanda), muerto junto al presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, que lo acompañaba, fue el detonante de la matanza colectiva iniciada por hutus radicales y aún hoy día continúa siendo un misterio.