Doce años después de las primeras sospechas sobre su tren de vida y cinco después de abrirse una investigación judicial, Cristina se sentó este lunes en el banquillo de los acusados por fraude fiscal, en una sala que preside un retrato de su hermano, el rey Felipe VI.
La infanta es protagonista a su pesar del primer proceso contra un miembro de la realeza española, encabezado por Iñaki Urdangarin, su esposo desde hace 18 años, acusado del desvío de 6 millones de euros públicos. Algunos la consideran altiva y arrogante, pero Consuelo León, coautora de una biografía editada en 1997, describe a Cristina como una princesa “tímida e introvertida” tras “una infancia muy protegida”.
Nacida el 13 de junio de 1965 en Madrid, era considerada la más divertida y rebelde de los tres hijos de Juan Carlos: intelectual y deportista. En 1988 participó en los Juegos de Seúl como miembro del equipo olímpico de vela y abanderada de España. Pero, la gran sonrisa que solía lucir bajo su rubia cabellera se convirtió en los últimos años en una mueca forzada, a veces incluso con ojos vidriosos.
Su hermano pequeño Felipe VI, de quien era muy próxima, no la invitó al día más importante de su vida: su proclamación como rey, el 24 de junio de 2014. Y un año después, le retiró el título de duquesa de Palma que había recibido como regalo de bodas.
“Ella no acepta psicológicamente lo ocurrido: es tremendo, desde el año 2011, ellos han desparecido de la Casa Real”, explica a la AFP la periodista Ana Romero, autora de un libro sobre el fin del reinado de Juan Carlos I, forzado a abdicar en 2014 sacudido por varios escándalos, entre ellos éste. “Ellos entienden que han sido condenados ya antes de ser juzgados y que es injusto y lo viven muy mal”, agrega.
Cristina tenía 19 años cuando inició sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, en la Facultad de Ciencias Políticas, una de las más contestatarias. Acompañada por una guardaespaldas, se convirtió en la primera mujer licenciada de la realeza española. Después, tras un máster de Relaciones Internacionales en Nueva York y unas prácticas en la Unesco en París, se fue a vivir con 27 años a Barcelona, alejándose de Madrid y de unos padres notoriamente malavenidos.
En 1997, su boda con un plebeyo, jugador del FC Barcelona de balonmano, marcó un apogeo en la popularidad de la familia real española. Radiante con su diadema de diamantes, la “infanta catalana” regaló al país un momento inhabitual de comunión nacional, casándose con un vasco en Barcelona.
“La infanta se enamoró perdidamente de Iñaki, un chico alto, rubio, con los ojos azules”, afirma Jaime Peñafiel, controvertido cronista de la grandeza y la decadencia de la monarquía. “A pesar de todo, de los presuntos delitos, de las infidelidades de él, sigue enamorada, dispuesta a acompañarle hasta más allá de la cárcel”, afirma. “Si no, se hubiera divorciado, como se lo han pedido el rey (Juan Carlos) y su hermano”, subraya.
En 2004, la compra de una mansión de 1.200 m2 por 6 millones de euros, en el barrio más caro de Barcelona, ya había despertado las sospechas sobre el anormal tren de vida de la pareja. “¿De dónde sale el dinero?”, se preguntaba el diario El Mundo. Cuando estalló el caso a finales 2011, para los españoles pasaron a ser “los malos de la película”, afirma Romero. “En momentos de crisis económica y penuria, fueron vistos como personas muy egoístas, hedonistas”, sospechosos de haber pagado con dinero malversado viajes de lujo, fiestas familiares y hasta clases de salsa a domicilio.
Instalada desde 2013 en Ginebra, tras varios años de “alejamiento” con su familia en Washington, Cristina dirige la cooperación internacional de la fundación española La Caixa, además de trabajar para la fundación del Aga Khan, gran amigo de su padre. Allí vive muy unida a Urdangarin y sus cuatro hijos -de entre 10 y 16 años- resistiendo a las presiones para que renuncie a su sexto lugar en la línea de sucesión al trono.