En este aniversario sombrío, la publicación reflejó una vez más su humor negro: “2017, al fin el final del túnel”, titula en su portada de esta semana, junto a un personaje que mira en el cañón de un fusil empuñado por un islamista.
El 7 de enero, Francia sufrió el primero de una serie de atentados yihadistas que dejaron 238 muertos hasta la fecha. Ese día, los hermanos Said y Cherif Kouachi penetraron en la sede parisina del semanario y ejecutaron a 11 personas, entre ellas varios de sus destacados dibujantes: Cabu, Wolinksi, Charb, Honoré, Tignous.
Charlie Hebdo fue atacado -según Al Qaeda, que reivindicó el atentado- por haber representado al profeta Mahoma. En respuesta, millones de personas en la calle e internet adoptaron el lema “Yo soy Charlie”, convirtiendo el semanario en un símbolo de la libertad de expresión.
La publicación vende actualmente 100.000 ejemplares semanales, contra 30.000 antes de la tragedia. Los fondos recaudados desde entonces le han permitido expandirse: su página web está parcialmente traducida en inglés y en Alemania acaba de salir una versión en papel. Pero también paga el precio de su popularidad: sus dibujos desatan con frecuencia críticas y amenazas.
“Curiosamente, tenemos la impresión de que ahora la gente es más intolerante con Charlie. Están al acecho de cualquier cosa con nuestros dibujos”, explica Riss, director de la publicación. “Antes, nos decían que fuéramos con cuidado con los islamistas y ahora hay que ir con cuidado con los islamistas, los rusos, los turcos”, confía a la AFP.
Moscú se indignó con los dibujos sobre el accidente del avión militar ruso en el Mar Negro, que dejó un centenar de muertos en Navidad. El presidente Vladimir Putin había citado previamente el ejemplo de Charlie Hebdo para advertir a los artistas rusos de que no rebasaran los límites de la libertad de expresión.
Miles de insultos procedentes de Italia llegaron en septiembre a la redacción del semanario por un dibujo en que las víctimas del terremoto de Amatrice eran presentadas como lasañas, la carne y la salsa de tomate aludiendo a sus restos. “Dibujos así hacíamos muchos antes y a nadie le importaba”, afirma Riss. “A lo sumo, nos fastidiaban dos o tres asociaciones retrógradas en Francia, pero ahora parece que el mundo entero vigila lo que hacemos”, explica.
“Si mañana ponemos a Mahoma en la portada, ¿quién nos defenderá?”, se interroga el periodista. “Nos dirán: están locos, se lo han buscado. En dos años, la gente se ha vuelto mucho más timorata”.
Y las amenazas de muerte continúan. Muchos colaboradores viven con escolta.
La redacción se mudó a un edificio parecido a un búnker en un lugar secreto. Uno de los pocos que han podido visitarlo, el director italiano Francesco Mazza, describe un universo de rejas, interfonos, puertas blindadas y guardias armados con chalecos antibalas, según explica este jueves en el diario Libération.
“Si revelara la dirección a alguien, el semanario me denunciaría por poner en peligro la vida ajena”, escribe Mazza. “Comprendo que la gente no nos entienda, que se enfaden e incluso nos insulten. Lo que no entiendo es a la gente que quiere nuestra muerte”, le dijo Coco, una de las dibujantes que sobrevivieron a la tragedia.
Varios homenajes, encabezados por el ministro del Interior, Bruno Le Roux, y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, tuvieron lugar el jueves en recuerdo de las víctimas de los atentados de enero de 2015, que dejaron en total 17 muertos, incluidos cuatro en un supermercado judío.